El oasis vasco

El oasis vasco este en que vivimos se nos está llenando de humo. El humo es sueño y engaño. El humo es vacío lleno. El humo es distracción y es camuflaje vacío. Llega la sexta ola, y llegará la séptima, y nos pillará en bolas, como todas. Y eso a pesar de que, según parecen reflejar los resultados, gastamos más en analistas y expertos que poco prevén y cuestan mucho, que en profesionales de los que cuando llegan los efectos de los errores se empeñan en curarnos. En el país de las universidades privadas y los proyectos chiripitifláuticos hay dinero para todo menos para contratar más profesionales necesarios. Se nos llena la boca de osakidetzas y se nos vacían los bolsillos soterrando trenes, haciendo buses inteligentes o promocionando negocios privados. Donde hay dinero para asumir el coste del TAV, y luego si eso ya ir viendo la forma de cobrar algo, nuestros estupendos profesionales sanitarios, los que quedan en plantilla, se quedan solos no ya frente al peligro de lo imprevisto, sino incluso frente a la rutina de lo necesario. Hay para pagar estudios irrisorios, pero no para contratar a más telefonistas que atiendan a los ciudadanos. Hay para obras faraónicas, pero no para evitar que un médico de digestivo acumule meses de retraso en la atención telefónica de seguimiento a pacientes crónicos. No sé si es que hay escasez de especialistas, de dineros, o de neuronas en los que gestionan todo con mano de santo y mente de demonio. Para más inri cuando por fin surge el imprevisto, en vez de proveer de más recursos humanos al sistema se aplazan sine díe los seguimientos a los crónicos, salvo a los urgentes. Y eso es otra columna de humo en el templo a nuestra eficacia que se levanta en el oasis vasco. En general, un enfermo crónico no es grave hasta que puede empezar a serlo, de ahí que se le haga un seguimiento, para en su caso detectar que, algo que estaba dormido, ahora está despierto. Pero no, aquí los dormidos son otros, y para parar un rebrote de una pandemia sobre cuya gestión mucho podríamos hablar, dejamos en la inopia a los crónicos no urgentes (?) y los mandamos a la fila de las velitas a san Blas o a san Antonio, para que sigan siendo no urgentes sin saber si lo son. Y no es mal consuelo, porque, aunque dios no responda nunca, en poco se diferencia de lo que cuesta hablar con una persona al otro lado de eso que llaman servicio telefónico de cita previa. Todos nuestros agentes están saturados, nos dice una voz robotizada, y los que estamos saturados somos los pacientes, y nunca mejor empleado el término. Menos humo y más madera, que los sueños de grandeza, cuando no se alimentan, no dejan de ser como el humo en un día de viento, que al final se dispersa y nos descubre que lo que creímos palmeras eran estacas, y que el agua era un espejo donde mirarnos el ombligo, pero inútil para beber.

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