Dolores

Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 18 de diciembre de 2019

Me duelen los pies. Hay a quien le duele el alma, pero a mi me duelen los pies. Es lo que tienen las cosas que se usan, que terminan por doler. Las que no usamos esas generalmente no dan problemas. Pocas veces se estropea el aire acondicionado en invierno o la calefacción en verano. Recuerdo yo al agricultor que en plena cosecha se quejaba amargamente: todo el año la cosechadora sin dar problemas y ahora que empezamos va y revienta. Pero volviendo a mis pies, llevo unos días pensando que el que inventó el dicho ese de ser más pesado que un dolor de muelas andaba poco y comía mucho azúcar, porque hay que ver lo que cansa no poder andar de pie sin tener silla en que sentarse. Sueño con ser Mercurio y levitar con mis sandalias aladas, o Neil Armstrong dando saltos por la luna, pero nada, Newton se empeña y no puedo librar a mis plantas de soportar el peso que desplazo por la tierra. En fin, que llevo días tratando de distraer mis daños con pensamientos varios y al final va a ser peor el remedio que la enfermedad, porque la cabeza, lo mismo que los pies y el resto de las cosas, acaban doliendo cuando las usas en exceso. De ahí vienen los quebraderos de cabeza, de darle vueltas a las cosas. Y eso que hay veces que el dolor de cabeza no te lo provoca el uso o abuso que tú haces de ella, sino el mal uso a que le someten algunas almas desalmadas. Esa mala cabeza. Se acercan fechas de las de cerrar los ojos y abrir las tarjetas, ya sean de débito o de crédito, que de las de campanas y belenes ya no se llevan. Días de andar y dar vueltas, días de comidas de empresa. Mis pies sufren y sufrirán más, pero, ¿y mi cabeza? ¿Dejará de dolerme mi mollera? Pues no lo sé, tengo un par de semanas para pensarlo que ya me despido hasta enero, que me tocan dos miércoles festivos. Así que lo dicho, no lo penséis mucho que luego acaba doliendo.

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