Globos

Publicado en Diario de Noticias de Álava el miércoles 10 de octubre de 2018

¡Qué plácida se ve la vida desde un globo! Es como ver el mundo a tus pies y estar lejos del suelo. No hay ruido. No hay siquiera vértigo para los que en otras tesituras lo sentimos. Es más, se siente uno hasta seguro asomado a ese espléndido balcón en movimiento que es un aerostato. Protegido por el mimbre tejido de la barquilla, al calor del quemador y mecido por el viento te sientes como un divino espectador del mundanal ruido, y además sin oírlo. Desde las alturas se ven los montes que protegen la Llanada a uno y otro lado. Incluso algunos más se ven al fondo. Montes que limitan otros valles y que se abren a otros puertos. Las calles, y los pueblos, y el pantano. Lakua, Zabalgana, Salburua, el Ensanche y hasta la Almendra, que vista desde el cielo y por sus capas, es más cebolla dulce que almendra seca.

Desde arriba todo es como en los mapas. Que no, que no nos engañan los geógrafos, que el mundo es redondo y no plano y la Llanada es llana, aunque esconda más de un falso llano. Un continente de casas y tejados, de campanarios. Un océano habitado de islas de robles, encinas y algún castaño. De pueblos con sus casas, de polígonos y pantanos.

Cuando se ve el mundo desde un globo se explica uno el por qué de expresiones que hablan del ensueño que es vivirlo para verlo.

Un globo es una nube de colores rellena de aire tórrido de la que cuelga un camping gas y un grupito de aeronautas. Un globo de los que vuela no es una invención ni una mentira, ni tan siquiera es una sonda. Esas cosas se arrastran más que vuelan.

Un globo es un fin de semana como este que hemos vivido en esta tierra. Con amaneceres en technicolor y ataques de euforia en el último suspiro. Con el glorioso tocando el cielo y mucho ilustre lejos del suelo. Y con espacio para un deseo, que el aterrizaje, aún en globo, no sea un como puedo, sino un donde quiero.

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