Ceda el paso.

Publicado en Diario de Noticias de Álava el 12 de febrero de 2017.

La educación vial tiene a veces más de vial que de educación, y ya de ambiental na’ de na’. Establecemos normas para comportarnos y terminamos por olvidarnos de las causas que las motivaron, y eso por no hablar de cuando cambian los criterios y las normas se quedan atrás. Pongamos un ejemplo: los pasos de cebra. Como el peatón es más debilucho pintamos unas rayicas gordas en el suelo y obramos el milagro. Cualquiera que circule sobre el asfalto, salvo que vaya en bicicleta, tiene que detenerse ante la sola presencia del peatón y ver como pasa por delante de sus faros. Eso está bien, porque vista la tendencia de muchos conductores a no parar ni para aparcar, acabaría uno por vivir aislado en su manzana salvo que cogiese el coche para ir a la siguiente. Pero a veces plantea paradojas, más aún en una ciudad que tanto presume de verde como la nuestra. Va por ahí caminando una persona sola y se acerca a un paso de cebra en el momento en el que un autobús urbano se acerca por el asfalto al mismo paso. Tal como están las cosas, el urbano y todos sus pasajeros deben detenerse y esperar a que pase el hombre solo y luego arrancar y volver a poner en marcha las quince o veinte toneladas de chapa, carne y pintura, con lo que eso supone de consumo de combustible y de emisión de gases. Y todo eso sin tener en cuenta la suma de segundos perdidos por los ocupantes del vehículo. Y digo yo que lo mismo no era tontería que, dado que a veces los peatones tampoco son muy proclives a ceder derechos que la ley hace suyos, establecer la norma o la costumbre de que, salvo cuando el humano no esté solo sino en compañía de muchedumbre, sea el urbano el que tenga paso franco. Hasta entonces yo lo que hago, cuando veo que va a darse el caso, es desviarme disimulando mi intención de cruzar el paso para que no frene el urbano, manías que tiene uno.

 

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