¿Información? ¿qué es eso?

La cobertura informativa(?), bueno, la cobertura a secas, de acontecimientos como los del viernes noche en París dan como para tesis doctorales. Pero esto es una simple columna, así que vamos a tratar de ser sencillos y concretos, y a ser posible incluso ordenados, y proponer una serie de ideas al respecto.

Cantidad no es calidad, y a veces es incluso lo contrario. Las nuevas tecnologías provocan un aluvión de datos y con ellos una falsa percepción de estar superinformados. Mentira. Datos no son informaciones, de la misma forma que ladrillos no son casas, ni piedras catedrales. Sólo cuando se juntan con criterio dejan de ser montones para ser edificios. Es más, en cuestión de información, la acumulación de datos los convierte en ruido y en desinformación.

Sin relato no hay sustancia. La información es como un mosaico. Los datos son las teselas y el relato el patrón, la plantilla en torno a la que se ordenan en el suelo. El resultado salta a la vista. La información, eso que muchos se empeñan en convertir en un cuento, tiene que tener una estructura que nos permita ordenar los datos y comprender los hechos,  sus causas, su desarrollo en el tiempo y el espacio y sus consecuencias. Son las famosas preguntas fundamentales, aquellas del Qué, Quién, Dónde, Cuándo, Cómo y Por Qué. Y luego, sobre eso, se cuentan los detalles.

La emoción es literatura, la información es otra cosa. Llenar páginas con “testimonios humanos” puede ser muy útil para novelistas, pero distrae y a veces incluso distorsiona lo que es la comprensión cabal y global de los hechos. Más aún cuando los testimonios coinciden todos ellos en el mismo lado de la balanza y no tienen contrapunto con las historias, igualmente personales, del resto de los implicados.

El tamaño importa, y además dice más de lo que parece que cuenta. El análisis cuantitativo de la cobertura que se da a distintos acontecimientos, según donde ocurran o quienes sean los afectados, habla más de las intenciones de quien los cubre, que la forma en la que se cubren. Más aún cuando este volumen de cobertura no se dedica a informaciones, sino a lo que acabamos de comentar, emociones. Vivimos en nuestro mundo y sólo sabemos miramos al ombligo. Pero a veces es tan evidente que resulta grosero hasta para nosotros mismos (algunos).

Los corresponsales son bustos viajeros. Tal como van las cosas, lo de los corresponsales o enviados especiales enviados con urgencia a estos “puntos de interés” va entrando cada vez más en la categoría de viajes turísticos o incentivos que en la de profesionales de la información. Desde el punto de vista informativo, y en relación con lo que su desplazamiento aporta, las justificaciones no existen salvo la de demostrar que a la cadena le preocupa el tema o la de no ser menos que los demás, y eso siendo generosos al juzgar las intenciones de quienes los envían. A partir de ahí más de lo mismo. Emociones. El altarcito espontáneo que surge donde se colocan los trípodes y las cámaras, el testimonio compungido de testigos muchos de los cuales no vieron nada,  las imágenes de recurso y los “parece ser”. De información nada. Basta con leer el twitter.

Y hablando de twitter, más de lo mismo. El teletipo se llamaba antes, sólo que como era caro y lo tenían pocos se dedicaba a lo que se dedicaba, a enviar datos urgentes. Ahora hay tal avalancha de voluntarios, muchos de los cuales no compruebban nada y algunos de los cuales incluso se lo inventan, que lo que hacen es dificultar la búsqueda de datos reales en un océano de información fragmentaria, habitualmente recurrente y en ocasiones incluso directamente falsa.

En definitiva… la cuestión no es tanto la tecnología como los principios. Informar es contar las cosas y dejar que sea el informado el que decida los juicios y las emociones que las informaciones le provocan. Y para eso, lo mismo da un lápiz y un cuaderno que un iphone. La culpa no es de la tecnología. La ignorancia, sea ignorante en si misma o sea una pose para esconder las verdaderas intenciones de adoctrinar o justificar, está por encima de los bytes. La capacidad de leer y hasta incluso la de escribir al margen de todo esto, también.

 

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