Día mundial de la hepatitis

Hay días para todo. Lo que ocurre es que demasiado a menudo los días que hay para todo vienen a decir lo mismo. Tenemos demasiadas derrotas pendientes. Derrotas que no dependen tanto de la potencia del enemigo como de los quintacolumnistas propios. Pongamos un ejemplo. De las hepatitis que pueblan nuestro mundo, una de las más complejas es la C. Es un virus que trabaja lento pero seguro. Puede estar años haciendo su trabajo sin que te enteres hasta que empieza a hacerse notar cuando ya prácticamente tiene su trabajo hecho. Hasta no hace mucho era un enemigo muy complicado de batir. Las armas que teníamos contra él, además de ser de dudosa eficacia, exigían unas campañas agresivas que dejaban el territorio que defendíamos esquilmado y yermo. Si lo comparamos con la brutal Gran guerra, la primera de las llamadas mundiales, era como la guerra de trincheras. Miles de toneladas de explosivos, gases tóxicos y demás mortíferos inventos dejaban el terreno como la palma de la mano de un difunto del paleolítico, y acabado el fuego y el ataque, descubríamos frustrados que el enemigo había sobrevivido oculto en sus trincheras, bunkers y refugios varios. Ahora no. Ahora hemos descubierto la bomba de neutrones de la hepatitis C. Podemos bombardar las posiciones del enemigo y aniquilarlo sin causar daños al terreno. Podríamos cantar victoria si no fuese porque los fabircantes de las armas están más por la labor de llenar sus faltriqueras que de ganar la guerra. Así que, en vez de lanzar un ataque coordinado en todos los frentes (cosa posible con la capacidad de la industria farmaceútica de proporcionarnos las armas suficientes) nos dedicamos a esquilmar nuestras arcas para hinchar las suyas mientras vamos despacito y por sectores de batalla en batalla dejando al enemigo que siga campando a sus anchas en anchas porciones del territorio. Nuestros generales, los hepatólogos que nos atienden, piden insistentemente a los gobiernos armas suficientes para organizar a sus huestes y derrotar al enemigo, pero los gobiernos parecen más preocupados por fortalecer las fortunas de los lechos a los que les llevarán las puertas giratorias, que por meter en cintura a los fabricantes de armas y ganar no una o dos batallas sino la guerra entera.

Y así nos va. Un día como hoy, el enemigo no es el virus, sino el cancer que corroe nuestra sociedad, una sociedad, suciedad en este caso, que antepone la cuenta de resultados de unos pocos a la salud de todos, para mayor beneficio de unos, los fabricantes y mejor acomodo futuro para otros, los que no les ponen coto.

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