Mira tú que es grande Brasil

39 Festival de Jazz de Vitoria – Gasteiz. Día 4º, 17 de julio de 2015. Polideportivo de Mendizorroza.

Anat Cohen Quartet Anat Cohen, clarinete; Reinier Elizarde, Bajo; Jeff Ballard, batería; Gadi Lehavi, pianista (no estaba anunciado)

Estrella Morente y Niño Josele Estrella Morenet, voz; Niño Josele, guitarra

Tres cuartos largos de entrada.

Avanzaba la noche en Mendi y uno a veces se preguntaba que lo de celebrando Brasil era más bien por la cosa del torrido calor o de los humedos y tropicales remojones tormentosos. Fue, en ese sentido una noche de las de romper. Romper tópicos y descubrir que Brasil es más que Samba, Ipanema y garotas. Brasil es tan grande que llega incluso hasta la vie en rose. Brasil es casi tan grande como el morro de algunos artistas. Tirando del simil taurino, la primera parte de ayer, la protagonizada por Anat Cohen era como una de esas tardes de toros en las que desde la propuesta inicial van cambiando los toreros, las cuadrillas y hasta los toros y al final nada es lo que parece y poco lo que responde a lo anunciado.

Anat Cohen agrupó en Luminosa, su último disco, temas con ecos brasileros. El disco lo grabó con su cuarteto. Ninguno de ellos estuvo ayer en Vitoria. Tiró de la generosidad de Mehdlau que le prestó a Ballard. Al bajo puso a un cubano afincado en Madrid que, curiosamente, es el bajista de su hermano el trompetista Avishai Cohen (no confundir con el bajista del mismo nombre) El pianista, que no estaba ni anunciado, es un niño prodigio israelí con el que debió coincidir cenando o así. A lo que vamos. Pese a la calidad de los músicos el asunto no se sostenía. Fue como si solo les hubiese dado tiempo a ensayar un par de temas, los primeros que tocaron, el Lilia de Milton Nascimento y poco más. Luego atacaron la vie en rose que alargaron todo lo que buenamente pudieron y luego se lanzaron cuesta abajo y sin frenos por un jazz verbernero y ramplón más propio del kiosko de la florida que del escenario de Mendi. Hasta el genial Ballard metió un par de gambas. Inexplicablemente se pidió y se concedió un bis cuando la cosa era más de pitos y almohadillas.

Repuestas energías y superado el chasco llegó la segunda parte. El inicio del concierto, con la guitarra de Josele, que de niño tiene poco salvo la ingénua frescura de sus dedos, fue uno de esos momentos de los que salvan una entrada. La aparición de Estrella, de blanco novia con flor al pelo, entonando paso a paso los ecos de orfeo negro fue lo más brasileño de la noche en lo que al jazz se refiere. Luego vino un sentido y sensible recorrido por los terrenos de la canción. La voz clara, poco aflamencada, y la guitarra al son. Letras de desamores, soledades y desdichas del amor cantadas con mucho feeling. Tonos que a veces evocaban más al fado que a la samba, con ecos de copla de ultramar. Estrella fue a cambiar el blanco por el rojo, y tras mendigar una toalla para secar las cuerdas el niño Josele llenó con una guitarra sola los oidos todos del auditorio. En rojo sangre atacó Estrella un tema centrado en la soledad. Muy bonito, y con la frase de la noche hecha canción “me lo decía mi padre, al pensar en el futuro no te olvides del pasado”.

Fue bonito, pero no fue flamenco. Estos carteles son complicados. Los jazzies no van pensando que será flamenco y los flamencos se van tristes porque no pudieron dar ni una sola palma. Los estoicos disfrutamos con Estrella, soportamos a Cohen y eso sí,nos planteamos para otro año animar a la organización a que evite estos espectáculos tan lamentables y estos remedos y parcheos que no hacen honor ni al escenario ni al público que se sienta delante.

 

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