El corralito

Aunque fue Vitoria conocida como la Atenas del norte, y aunque hayamos los europeos importado el argentino invento, no voy a hablar de grecia, ni de argentinos, ni de bancos, pero si de corralitos.

Un corralito es un pequeño recinto para niños que aún no andan. Es lo que dice la Real Academia de la Lengua, y en cierto modo no le falta razón. Pero lo que en nuestro imaginario colectivo identifica a un corralito, al margen de si los que están dentro andan o no, de si son niños o niñas, o hasta incluso de si el recinto es más o menos pequeño, es que se trata de un recinto rodeado y delimitado por una valla. No una reja, ni una alambrada, ni una muralla. No. Una valla. Algo no imposible de franquear pero suficiente para establecer distancias, clases y diferencias.

En Vitoria tenemos desde hace años un corralito que son dos. Una parte del corralito es legítima. Corresponde a aquellos que hacen un esfuerzo económico para tener el beneficio asegurado de saber su sitio y disfrutar de forma estable de su posición. La otra parte es más cuestionable. Corresponde a aquellos que no pagan entrada pero tiene sitio reservado más para que se les vea que para ver ellos. Y claro, como lo que no cuesta no se valora, la mayor parte de los días el corralito de los gallos está vacío. Es al final lo que vemos las aves que no frecuentamos el corral. Mucho gasto de espacio para poco rendimiento. Un enorme desprecio por lo que a otros nos cuenta tanto.

Por si alguno no lo ha pillado todavía hablo del festival de Jazz de Vitoria Gasteiz y de las filas de asientos reservadas para autoridades y otros viptentos que la organización coloca tras la zona acotada para los abonos numerados. Todas ellas forman un corralito al que solo puede accederse con la debida acreditación, en unos casos de pago y en otras de morro, o de patilla. Hoy, que varios grupos políticos municipales, Bildu e Irabazi, hasta donde sé, anuncian su renuncia a los pases de patilla, no estaría mal que al hilo de esto que la organización se replantease la ignominiosa y hasta obscenamente evidente existencia de este corralito tan a la vista de todos, y de esos pases gratis que lo llenan… de vacíos.

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