Enseñanzas de una tarta

El lunes por la tarde hicimos una tarta mi hija y yo. Una tarta de queso y mandarinas. Y llevamos un par de días aprendiendo mucho de la tarta y de la vida. No nos ha hecho falta ir a ninguna conferencia de una “coach” superviviente subvencionada, ni comprar el libro milagroso sobre la vida, ni tan siquiera hemos tenido que contratar las enseñanzas de un corredor de encierros. Nos ha bastado a mi hija y a mi observar la vida cercana y aprender de ella. Extrapolarla.

La tarta no cuajó como esperábamos. Puede que hubiese que haberla batido más. Puede que hubiese sido bueno hornearla para que su base de galleta estuviese crujiente. Puede que hubiésemos tenido que recurrir a algún detalle que analizaremos para conseguir el milagro de ese cuajado en frío que adorna a la buena repostería.

Descubrimos, esos sí, que a veces los fracasos no so fracasos sino puntos de llegada distintos a los esperados pero no necesariamente malos. Disfrutamos observando cómo a veces lo que genera la tristeza, la zozobra y la sensación de fracaso no es otra cosa que empeñarse en alcanzar el resultado deseado o planeado sin ser capaces de disfrutar y valorar como un éxito el resultado encontrado.

Nos dimos cuenta de que no alcanzar el objetivo previsto sino otro distinto es más llevadero cuando se camina juntos, y cuando al llegar al punto de llegada, sea o no el esperado, no se comparten reproches sobre de quien es la culpa sino alegrías por el destino alcanzado.

La tarta estaba riquísima. Es imposible servirla sin reirse, lo que la hace, además de dulce, divertida. Y su aspecto acaba siendo sobre el plato un a modo de yogur esparcido con mandarinas y grumos de galleta. Pero esta buenísimo, con su nata, con su queso, con su poco de yogur griego y con su mandarina.

La tarta va a durar poco, hoy mismo se acabará después de la comida. Pero la tarta nos ha enseñado además lo harto relativo que es todo lo que se relaciona con el aspecto, lo mismo da que hablemos de personas que de cosas. Nuestra tarta es una delicia para nosotros que la conocemos, apreciamos su sabor y nos reimos con su aspecto, los tres, la tarta mi hija y yo, de tú a tú y a tú. Si quisiésemos compartirla mucha gente no llegaría a probarla al ver su aspecto. En eso salimos ganando los que no juzgamos por las apariencias sino por las esencias, que disfrutamos a boca llena de las tartas que otros desprecian.

Dulces enseñanzas, si señor.

 

 

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