El lenguaje de las calles

El nombre que ponemos a las calles habla más de nosotros que lo que nosotros suponemos. Dice lo que queremos decir o lo que que algunos quieren decir y el resto dejamos que digan. Los nombres de las calles describen lugares pero también intenciones y valores. Los callejeros se convierten así en un valioso material de estudio para conocer lo que interesa a los gobernantes y la historia que nos cuentan.

Y es que hay que tener un cuidado esquisito porque al final hacemos que convivan en el olimpo de las placas callejeras a víctimas y victimarios, a fusiladores y fusilados, a paseantes y paseados, y es más, como no todas las calles son iguales, al poner unos nombres en unas calles y otros en otras no dejamos de establecer una cierta escala de valores. Pensaba en esto el otro día cuando buscaba la calle de mi bisabuelo y la encontré junto a la de Teodoro Olarte. Ya hablé de la calle de este presidente de diputación Republicano y de la del alcalde también (Ver “Siempre nos quedará La Puebla“). Ambos fusilados por el grave delito de ser democraticamente  electos y desafectos al régimen que venía a ponernos las cosas en su sitio. Siendo claros y sin darle más vueltas son victimas de la barbarie a las que en Vitoria les hemos dado calles de mierda en el culo del mundo. Es más una forma de esconderlos que de recordarlos, algo parecido a que como hay que ponerles calle buscamos la más oculta y se la damos.

Y caí de pronto en la cuenta de que en el mismo callejero vitoriano, ese que tan groseramente trata a nuestros representantes democráticamente elegidos y vergonzosamente fusilados, tiene calle, por ejemplo, un fusilador reconocido y notorio. Está su calle entre las dedicadas a Domingo Beltrán de Otazu, insigne jesuita y escultor vitoriano del siglo XVI y la calle Gorbea y no muy lejos de la de otro insigne carlista, Navarro Villoslada. El que ya no tengo muy claro lo que pinta por ahí es el ínclito Bethoven, siempre dando la nota.

Bruno Villareal, militar carlista que combatió en la primera guerra Carlista a las órdenes de Zumalacarregui pasó a la historia entre otras cosas por salvar a dos amigos suyos de ser fusilados en el conocido como “Episodio de Heredia” allá por 1834. Eso sí, salvó a dos y fusiló a 118, pero eso son minucias y además deja clara la historia que lo hizo con sus batallones alaveses a regañadientes. Claro que, los fusilados no dejaban de ser peseteros, aunque fuesen alaveses no lo eran al servicio de los fueros tal como los entendían bruno y sus gentes, y acabaron fusilados. Igual que lo era Vicente Pau, natural de Genevilla, hijo de Domingo Pau y Sebastiana López y casado con Petra de Acha, al que se pasó por las armas en el Castillo de Guebara un 15 de julio de 1836 por orden de Bruno Villareal. Su delito era ser pesetero de la partida de Varea. El mismo que el de José Jimenez, vecino también de Genevilla y al que se fusiló el mismo día por orden del mismo ilustre habitante del callejero vitoriano.

 

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