La sonrisa y el samurai

Publicado en Diario de Noticias de Álava el 4 de febrero de 2014

Érase una vez un hombre que afilaba cuchillos, navajas, tijeras y sonrisas. Un trabajador en el buen sentido de la palabra, de los que atienden, entienden y sonríen siempre que pueden, o al menos casi siempre, porque el otro día un aguililla le quitó al afilador el samurai y la sonrisa.

El viejo y vetusto guerrero que animaba el callejón sin temor al frío ni al sol; el samurai amable que no asustaba a nadie, desapareció. Era jueves y era de día. Nadie lo vio. Corrijo. Lo vio el que lo hizo, el ladrón que se llevó una armadura y una sonrisa.

Habrá quien diga que hay que ser tonto para dejar en la calle algo valioso. Y yo le contestaría que lo he visto muchas veces y nunca se me ha ocurrido llevármelo. Si acaso agradecer su presencia, como la del alegre muñeco que como un calendario, y en el mismo callejón, marca los eventos del año desde los balcones de La Unión.

Ni uno ni otro, como tanta otra gente de buena fe, tienen obligación alguna de alegrarnos la vida. Pero lo hacen contra viento y marea, contra mucho “sonrisicida” asesino de buenas iniciativas. No son tontos. Son gente como debe ser la gente que convive en el mismo espacio. Son buena gente, que es muy distinto, y son, por encima de todo, los menos responsables de que haya mala gente, y los menos indicados para ser sus víctimas. Pero la mala gente es lo que tiene, que aún siendo los malos consiguen que sus víctimas pasen por negligentes o culpables.

En la ciudad de las normativas, en la que todo se regula, acabaremos viendo como se hace una normativa de buenos gestos y una ordenanza de sonrisas que como muchas otras podríamos evitar entre todos limitándonos a ser buena gente, y el que no pueda que no lo sea, pero que tampoco sea mala. Mientras tanto solo espero que el afilador siga suavizando las aristas de la vida con una sonrisa y por supuesto, que el samurai aparezca.

 

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