Números y letras

37 edición de #JazzVitoriaGasteiz. Ibrahim Maalouf y Bill Frisell Big Sur Sextet. 17/07/2013

Yo… he visto cosas que vosotros no creeríais… atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Todo lo que el primer día eran ansias de jolgorio y comunión “estentórea” el segundo eran expectativas de recogimiento y comunión espiritual. Y las expectativas se cumplieron aún en mayor medida que la noche primera. No hubo setas y Rollex. Fue todo un paseo por los números y las letras, por la disgresión matemática y la poesía hecha notas.

Maalouf fue, además de un músico singular, un conductor agradecido y jovial. De su mano y con el abrigo de los números y sus mágicas confluencias, recorrimos continentes y culturas, fuimos al cine con Malle y Renoir, oimos a Aznavour y hasta volamos con las notas clásicas de un trompetista ruso. Miles supervisaba desde lo alto el deambular por fechas y números, y llegado su número primo hasta bajo a la tierra y tomo posesión del cuerpo y la trompeta de Maalouf, y la trompeta cobró vida y cantó más tarde como cantan las sirenas en el mar y las hadas y las ninfas en los bosques.

Y la gente se comió todos los bocadillos del bar, los de tortilla y los de lomo con pimientos, ya costasen cinco o seis euros. Y se bebió la cerveza. Y para cuando quiso reponerse el viaje se había reiniciado. Y visitamos bosques tapizados por la hoja caduca que nunca es hoja caducada. Y las flechas de algodón que lanzaban los arcos desde las cuerdas se expandieron como la niebla en el amanecer de un hayedo. Algunos se aburrieron, cogieron los trastos y huyeron. Huyeron de si mismos, porque la música era música para ensimismarse. Hubo quien dijo que los músicos no conectaban, como si para conectar un músico tuviese que hablar y contar chistes. Hablando de comuniones, fue como asistir a una eucaristía en l que no se participa con la voz sino con el espíritu del milagro que se produce en el altar. No conectaron con los músicos los sordos oyentes que cierran sus oidos y no dejan pasar a su cerebro lo que escuchan. Los otros, los que dejan entrar el sonido y lo dejan mezclarse con sus sueños, disfrutaron de sus ensoñaciones propias y ajenas.

Cuando se encendieron las luces el concierto había acabado en el escenario, pero el cerebro seguía soñando un sueño de números y letras.

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