De lo bueno, lo útil y lo sublime

El mes pasado me examiné en la Uned de historia de la filosofía antigua II, y saqué un flamante 5,5. La verdad es que más que un examen escribí algo parecido a un artículo. Como el arbolario descansa por vacaciones, fiel a mi cita de todas las semanas, voy aquí a reproducir el escrito tal cual lo escribí, sin añadidos ni correcciones.

De lo bueno, lo útil y lo sublime.

La historia de la filosofía, en trazos grandes y hasta si se me apura bastos, es la de dos líneas que, lejos de correr paralelas, son como dos ondas que se cruzan alternando sus valles y sus crestas. De un lado tendríamos la Metafísica y de otro la Humanística.

Según quien nos cuente la historia pondrá la F mayúscula de Filosofía en una o en otra, pero lo cierto es que ambas se merecen, cuando menos compartirla. Tan importante es atender al cosmos y a los conceptos universales como aplicarse al día a día y preocuparse, por encima de otras cuestiones, del hombre y de su vida.

En el punto que nos ocupa nos encontramos, no cabe3 duda, con una delas crestas de la humanística. Cresta que surge en la Grecia del entorno del 300 a.c. y resurge con fuerza en torno al siglo I d.c. en al Roma del imperio naciente y el ocaso republicano.

Las tres “e”s avanzan en paralelo planteando desde ángulos diversos y con propuestas distintas sus preguntas y sus respuestas para con la actitud del ser humano ante la vida y la muerte, el placer y el dolor, el saber y el hacer.

El epicureismo llama a superar miedos, y en especial el más humano de ellos, el miedo que nos hace humanos, el miedo a la muerte. “Mientras existimos la muerte no está presente, y cuando la muerte está presente entonces nosotros ya no existimos”. No cabe preocuparse por ella y si ocuparse del placer. Del placer no como exceso ni desvarío. Del placer mesurado, duradero y racional más allá del simple estímulo de los sentidos. Así lo enunciará Epicuro en su jardín y así lo recuperará Lucrecio en su Rerum Natura.

El estoicismo aceptará la muerte como algo inevitable y las contrariedades y alegrías como algo ya determinado. No merece la pena empeñarse en evitar lo inevitable ni tampoco amargarse por ello. Es mejor ocuparse de3 mejorar lo mejorable y de aprender de lo bueno y de lo malo. No se trata de dejarse llevar por la corriente, pero tampoco de agotarse inútilmente en el empeño de nadar contra ella. El plan es universal y el mundo en todos sus aspectos uno. Así empezó a plantearlo Zenon en la stoa (atrio) donde juntaba a sus alumnos junta a la acrópolis. Así lo defendió y acercó a Roma Pamecio, y así lo asentaron para la historia Lucio Anneo Seneca, Epicteto y el propio Marco Aurelio en sus Meditaciones.

También los escépticos, desde Pirron a Sexto Empirico, mostraron sus opiniones al respecto. Son tantas las opiniones que a veces es imposible discernir que es lo máscierto. Como diría cierto taurino, lo que no se puede saber no puede saberse y además es imposible saberlo. Mejor será entonces vivir sin tanta preocupación por no saber y abandonar el espejismo del conocer.

“E”s que a veces se diluyen y se confunden en sus extremos fronterizos, y que dan a confluir en un pensamiento ecléptico con un objeto común, el hombre.

Hoy en día vivimos posiblemente un momento en el que las dos líneas de que hablábamos coincidan en sendos valles. La superabundancia de datos e informaciones las convierte en ruido, y el abuso de las grandes palabras ideas y conceptos las trivializa, desvirtúa y banaliza anulando su esencia.

Se llama ecléptico a lo que simplemente es confuso y fútil y se traslada la opinión de que una amalgama de frases brillantes, sentencias y aforismos son lo que no son.

 

No se yo si necesitamos con urgencia la metafísica pero un poco de esas “e”s de las que3 hablamos nos vendrían posiblemente muy bien. Lo bueno y lo útil son urgentes, lo sublime puede esperar.

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