Hay que ver cómo somos los humanos. Y las humanas también. El fin del mundo nunca llegará porque seremos incapaces de ponernos de acuerdo ni siquiera en eso. Acabaremos sin darnos cuenta y el eco de nuestros debates y discusiones seguirá por los siglos de los siglos, amen.
Después de pasar meses aplazando todos los pagos de nuestras compras al 22 de dicembre ahora resulta que salen dos sabios y dicen que no, que la fecha no es el 21 sino el 23. Mira tú que fallar estos mayas con lo fácil que es orientarse en ciclos de 144.000 días y sin google ni wikipedia. Pero no queda ahí la cosa, no. Resulta que no contentos con eso, salen un arqueólogo y un historiador y epigrafista mexicanos y dicen que los mayas no hablaban del mundo y su fin, que simplemente contaban las andanzas y batallitas de un tal Balam Ahou (o Bahlam Ajaw, que eso no debe quedar muy claro). Que a los mayas el mundo y su final se la traía más bien al pairo, que ellos creían en ciclos, y los ciclos no se acaban, se suceden. Así que ni el 21 ni el 23. A mirar letras y resguardos de la VISA y pensar como pagamos lo que hemos comprado.
El final del mundo avanza como la tortuga de Aquiles, lento pero sin pausa, y por mucho que nos creamos semidioses al final todos tenemos un talón. En el caso del relato de los mayas es el propio destino de la piedra en que se escribió el que esconde más claves sobre el final de este mundo que la historia que cuenta. El monumento 6 del Tortuguero, convertido en piedra de cantera, fragmentada y expoliada decansa hoy en trozos lejanos. El uno en un museo de New York, otros dos en una colección privada de Boston, otro más en México y otro más desapareció como en su día lo hizo el mundo de los mayas.
Ese mundo si que se acabó, la fecha del fin del nuestro está en nuestras manos cada día.
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