Pedro y el bobo

Si fuese un conspiranoico y me llamase Arquímedes estaría ahora mismo corriendo en bolas por San Cristobal y gritando Eureka!!! Habría descubierto por fin el arma de destrucción masiva de conciencias; el mecanismo de desactivación de consciencias; el más eficaz tranquilizante de agitaciones; el más indoloro de los anestésicos de miserias; la anulación de todas las frustraciones; la quimera del pobre; el opio del pueblo que se inhala sin ser consciente de ello; la guerra de aniquilación psicológica en su máxima expresión. Hasta podría gritar a voces mientras me detenían los agentes encargados del decoro público el nombre en clave de tan nefasta operación “Pedro y el bobo”.

Más tranquilo, en la comisaría, arropado por una mantita de hostias y otra de lana, con los ojos vidriosos mirando al café de máquina, hablando solo, hubiese contado con pelos y detalles la operación mientras los encargados de eliminarme miraban un tercio sorprendidos, otro conmovidos y otro, el más grande, partiéndose el culo desde el otro lado del cristal oscuro.

El mecanismo es muy sencillo, hubiese dicho. Se trata crear indicadores que indican algo que no entendemos. Luego nos habituan a que esos valores permanezcan con cierta estabilidad en unos valores, lo que nos da idea de su escala. Se nos enseña luego a creer que esa propia estabilidad de los indicadores lo es también de nuestra propia estabilidad, y que superar ciertos valores es sinónimo de hecatombe. Luego se cogen esos indicadores y se disparan. Tiro a tiro o en ráfagas. Saltan valores que debieran de conducirnos a la catástrofe, y nos crean tal alarma que nosotros mismos corremos anunciando a nuestro entorno que se avecina el acabose. Es tal la didáctica previa que hasta los más listos parecen los más convencidos de lo que dicen. Y se llega por fin a un valor idealizado como límite, y se supera. Y no pasa nada. Se pone otro más lejano y también se llega y también se supera, y así sucesiva y eternamente. Y nunca pasa nada.

Lo mismo da la prima de riesgo, que el precio del Brent, que el IBEX, el número de parados o la relación entre el PIB y POF. Nunca pasa nada.

¿Y cual es el resultado? que perdemos la creencia en el límite, que reforzamos nuestra ilusión de que seguimos igual que siempre por mal que estemos. Si no se ha acabado el mundo lo mio no debe ser tan grande, nos decimos. Para que vamos a rebelarnos si la cosa no es tan seria, el mundo sigue y todo volverá por sus fueros, nos convencemos. Hay que ver que agonías son estos rojos, tanto decirnos que esto iba a reventar cuando llegásemos a tal punto y lo hemos pasado hace un año y aquí no ha reventado nada concluimos y seguimos sentados. Y ellos siguen apretando y saltándose los límites de nuestra paciencia, de esa paciencia en que han convertido nuestra alarma a fuerza de tanta alarma amarilla, roja o negra.

A la operación le llamaron Pedro porque de hacer que no creamos a los posibles líderes para levantarnos contra ellos. Que los convirtamos en pedros que nos mienten con el lobo imaginario de forma que al final, cuando llegue el lobo de verdad, se nos coma las ovejas sin que les creamos. En el nombre cambiaron lobo por bobo porque no nos hemos dado cuenta de que las ovejas son lo primero que se han llevado. En nuestro mundo no hay lobos, sólo bobos. Las ovejas están en el suyo y no nos hemos enterado y Pedro es el único que dice la verdad.

Cuando he terminado mi discurso monologado me he despertado. Estaba empapado y en pelotas, pero gracias a dios lo que me empapaba era el sudor y lo que me cubría no era una manta sino mi hedredón. Me llamo Javier y no soy comspiranoico. Mi vecino Pedro anda a voces gritando no se qué de un desahucio, y yo me he dicho…. ves, si nunca pasa nada…

 

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