El ciego que no quería ver

Le operaron sus cataratas, y se puso el pasamontañas al revés. No veía nada. La miopía que padecía se la operaron con modernas técnicas, y cuando terminó el post operatorio cogió de la mesilla las gafas de madera y salió a la calle. No veía nada. El nervio óptico dañado se lo corrigieron con un implante biónico, y cuando los TACS y los electros confirmaron el buen diagnóstico, cerró sus párpados y miró al horizonte buscando el paisaje. No vio nada. Ese viene a ser el perfil del político, tertuliano, comentarista y hasta paisano radicalmente instalado en “lo español”.

Sacas cuando menos un millón de ciudadanos a la calle y no ve nada. Metes una mayoría parlamentaria en tu parlamento y no ve nada. Realizas una encuesta y no ve nada. No ve nada tan siquiera ni cuando pasea por el mundo que afirma día a día y a pie de calle lo contrario de lo que él dice.

Cuando por fin acepta el debate, y expones sus razones, demuestra bien a las claras que no es que no vea nada, es que no lo quiere ver. Bueno, matizo, solo quiere ver lo que quiere ver, el reflejo de si mismo. Por eso, y sin entrar en lo paradójico de esta ceguera que tan enorme contribución a la causa secesionista hace con sus posturas, descalificaciones y otros comentarios, si que me gustaría repasar someramente la inconsistencia de los tres argumentos que son básicamente utilizados cuando se intentan poner sensatos los “unionistas”.

Las tres líneas de argumentación se sustentan además en el hecho frecuente de cuestionar la propia existencia de cierto conflicto por la vía contradictoriamente doble de negar que exista a la vez que se indica que eso que no existe tiene su origen en una gran mentira histórica sin ningún fundamento razonable. Si tiene origen, aunque sea mítico, onírico o hasta materia de estudio de la psicología o la psiquatría, en todo caso es algo que existe. Si más allá de su origen tiene a fecha de hoy cuerpo tangible, aun cuando sea para algunos invisible, es deber de una sociedad que se llame democrática buscarle una solución igualmente democrática. Por mucho que cierres los ojos ignorando un muro que tienes enfrente no lo podrás atravesar, sólo conseguirás llenar tu frente de cicatrices.

Pero volviendo a las tres líneas de argumento oidas estos días, la primera es la que sostiene que, según dicen los “unionistas”, quienes reclaman la adecuación entre el marco institucional administrativo-legal y la realidad de sus demandas causan con ello fractura social y enfrentamiento. Claro, se conoce que mientras no lo reclaman, aunque deseen reclamarlo, y viven en silencio la situación que quieren cambiar, la fractura no existe. De forma que el que tiene el mando, en este caso el unionismo, nunca causa fractura social aunque la imponga. Lo que es venir a decir que cuando un colectivo vive una situación que le causa disgusto, y siente un desapego creciente por los que les generan tal disgusto sin atender ni tan siquiera escuchar sus demandas, eso no es fractura. Eso es simplemente vivir la paz de ellos como si fuese la única posible.

La segunda es reclamar que no hagan trampas y digan toda la verdad del escenario a quienes, según los “unionistas”, impulsan irresponsablemente hacia este fatal y nefasto secisionismo a la ciudadanía, a la que por otra parte parece ser que juzgan en conjunto como incompetente para impulsarse por medios o con criterios propios. Curioso argumento en quien acostumbra o está acostumbrado a que los gobiernos alcancen su mayoría a golpe de mentira, de engaño o de exigir cheques en blanco con los que hacer lo contrario de lo que parece que decían querer hacer. En momentos como éste la cosa tiene bemoles. Se avisa a vascos y catalanes de su penoso transitar lejos del euro desde las mismas trincheras en que se comienza a cuestionar la bondad que para el reino tiene la pertenencia al euro. Se soslayan movimientos similares en otros puntos de la Unión Europea, y se evita sobre todo decir claramente que, si la Unión Europea es básicamente un tinglado económico financiero, la cuestión a la que aluden se arreglará discretamente si desde esos parámetros se considera necesario. No se dice tampoco como quedarían los datos y las cifras de un reino de españa en el que no mejorasen ciertas medias los números vascos y catalanes, ni tampoco como éstos mismos mejorarían ostensiblemente al ser considerados  en solitario.

Finalmente se pide siempre y en todo caso que, en caso de dar algun paso en un conflicto que no existe y que es además equiparable a un suicidio, se haga en todo caso dentro del Estado de Derecho. Y una vez más cogemos las palabras para defender lo contrario de lo que significan. El Estado de Derecho, igual que el constitucionalismo, no es el fin sino el medio, no es el objeto sino el instrumento. El fin y el objeto es dotarse de un sistema que responda a la sociedad cuya vida y convivencia debe reflejar. No es un marco estático al que la realidad debe adaptarse sino todo lo contrario, uno dinámico que debe adaptarse a los cambios y demandas de la sociedad en la que vive. La razón de que padezcamos un régimen monárquico no es que así lo diga una constitución. Lo será en todo caso que así lo entendieron recomendable en su momento quienes la redactaron y quienes la aprobaron. Pero esa constitución nunca debería ser motivo suficiente para no poder ser república cuando la realidad del reino así lo demande.

En todo caso, y ya termino, lo cierto es que aunque todos los nacionalistas estén locos y vivan engañados, no lo están mucho más que quienes hacen de la cuestión bandera y niegan con similares locuras y engaños que cada sociedad se pueda organizar como democráticamente le parezca. Y hasta diré más, a todos nos interesaría disipar de una vez estas cuestiones para poder antender las principales: cómo organizamos este mundo de pobres cada vez más numerosos y ricos cada vez más ostentosos y menos frecuentes, hablemos o hablen, más allá del de las personas o los mercados, el idioma que hablen.

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