El rábano por las hojas

Lo malo que tiene el desesperado intento de dignificar algo llenándolo de contenido más allá de lo que el envase puede contener, tanto en cantidad como en cualidad de lo contenido, es que a veces se cae si no en el más patético ridículo si al menos en algunos incongruentes sin sentido. Un buen ejemplo de ello es la recomendable exposición que estos días acoje el ya de por si visitable claustro del Palacio de Escoriaza Esquivel en Vitoria. La exposición, insisto que meritoria, hace referencia o encuentra su motivo en el 150 aniversario de la llegada a Vitoria del ferrocarril que unía la corte madrileña con su frontera irundarra. Lo que resulta más chocante es que tal aniversario, y las jornadas y exposición con que se conmemora,  se haya encajado, con calzador, en los fastos con que pretende llenarse de sentido el tinglado este de la greencapitalidad gasteiztarra.

La exposicón está bien dispuesta y es atractiva. Si acaso cabe ponerle algún “pero”, incidiría yo en que el esponsor principal, euskotren, ha llenado tanto o más espacio que el dedicado a la línea cuyo aniversario se conmemora con elementos procedentes de las suyas propias de, de vía estrecha, en Gipuzkoa o Bizkaia. Hay alguna referencia, no diré que no, a nuestro singular y querido “trenico”, pero uno se queda, a pesar del interés con que se sigue lo expuesto, con cierta sensación de oportunidad perdida. ¡Que bueno hubiese sido contar también con RENFE, ADIF o como quiera que se llame ahora la parte correspondiente! ¡Y hasta con los amigos del “trenico”!

Pero a lo que vamos. A mi me rechina un poco que al final resulte que todo esto, los trenes que tanto me gustan y la historia que tanto me apasiona, acaben siendo algo green, sostenible y qué sé yo. Que no. Que hablamos de otra cosa, y más aún si hablamos no del futuro, sino del origen y el pasado del ferrocarril, que entiendo yo que es lo que en esta ocasión debiéramos hacer.

Si todas estas preocupaciones ambientales o ambientalistas del tercer milenio, a menudo poco más que una muestra de un cierto papanatismo provinciano, nos impiden reconocer lo que fuimos, lo que hicimos y hasta cómo y por qué lo hicimos mal vamos para plantearnos seriamente un futuro procedente.

El ferrocarril que llegó a Vitoria hace 150 años lo hizo a sangre y fuego sobre todo un buen número de víctimas de todas las especies. En su construcción murieron hombres (además de por los accidentes, por las enfermedades, y especialmente el cólera, que llegó incluso a causar interrupciones y retrasos en las obras). Para su trazado no se tuvieron en absoluto criterios “ambientales”. Ni se conocían, ni estaban, ni se les esperaba aún los estudios de impacto ambiental y otras cuestiones que hoy nos parecen irrenunciables. La vegetación que estorbaba se eliminó a matarrasa, se rellenaron vaguadas, se horadaron montes y se levantaron puentes sin otro cuidado que el que ponían los ingenieros en mantener procentajes de desnivel, ángulos de curva y otras cuestiones similares. La propia naturaleza se fue encargando, según podía, de la “recuperación ambiental”, y de la reconstrucción paisajística se encargó, más que nada, el paso del tiempo y la fuerza de la costumbre. Cuando por fin fue estrenada la línea, las locomotoras que la surcaban quemaban grandes cantidades de carbón, cuyo CO2 iba inciando su desmbarco invisible en nuestra atmósfera mientras el humo y la carbonilla más evidentes tiznaban de polvo negro las caras de los maquinistas y las ramas de los árboles cercanos. El carbón que se quemaba, igual que el hierro con que se construían railes, tractores y rodantes se extraía y transformaba en duras condiciones humanas y ambientales que han dejado huellas indelebles en nuestros cementerios y en nuestros paisajes. El objeto último de aquellas construcciones no era en absoluto hacer accesibles parques naturales ni evitar la construcción y el uso de carreteras y automóviles. Era simplemente sustituir a carros y carretas y hacer posible la economía depredadora que comenzó a cambiar la vida en nuestro planeta hasta llevarla al punto donde estamos.

Por muchas circunstancias, hoy en día aquella obra cuya inauguración ahora “celebramos”, en clave green para más INRI, no se hubiese realizado, o al menos no se hubiese realizado así, o al menos lo hubiese hecho con gran controversia y hasta oposición en cuyas filas posiblemente estarían muchos de los que hoy la añoran con romanticismo y la festejan con “sostenibilismo”. Y no digo yo que aquello estuviese bien, ni que esté mal lo que hacemos hoy. Digo simplemente que a la hora de plantearse un aniversario a veces pienso que sería mejor usarlo para algo más que para rellenar un año con ramas verdes que no nos dejen ver el bosque por debajo. Por ejemplo para reflexionar sobre el punto al que nos llevó aquello para mejor entender el sitio donde realmente estamos ahora y poder así plantearnos a dónde es a donde realmente queremos ir.

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