La blanca green

Publicado en Diario de Noticias de Álava el 8 de agosto de 2012

Lo malo que tiene el provincianismo es que es difícil de curar. Pasan los tiempos, terminan las vidas de los vivos y los que vienen, venimos o vendrán seguimos todos siendo tan provincianos como los que nos antecedieron. Curioso el término provinciano. Es de los pocos adjetivos que respetan al género humano femenino. Las ciudades, como no son personas sino conjuntos de ellas, son provincianas. Los hombres somos provincianos. Pero las mujeres no. Ellas como mucho son de provincias. Cosas de su inteligencia, digo yo, y de nuestra vocación de papanatas. Porque si hay algo que también es muy masculino es el papanatismo, (actitud que consiste en admirar algo o a alguien de manera excesiva, simple y poco crítica según precisa la RAE.). Masculino y vitoriano añado yo también.

El papanatismo provinciano hace que los que lo profesan tiendan a pensar que lo propio es universal y al mismo tiempo que lo universal en cuanto cae por la ciudad propia es así mismo propio. Pongamos un par de ejemplos. Cuando yo era pequeño había en Vitoria una embotelladora de una conocida marca de gaseosa. Aún recuerdo mi íntimo desengaño y hasta desazón cuando descubrí que la marca esa tan casera existía más allá de Zaldiaran, es más que ni siquiera era un invento vitoriano. Algo parecido pasa de un tiempo a esta parte cuando uno aterriza en, pongamos, Nueva York y descubre que lo del renombre universal de la Green Capital se le debió caer del avión al despegar de Foronda, digo de Loiu, en que estaría yo pensando. El papanatismo llega a su máxima expresión cuando se presume incluso de ser la patria, el origen y hasta la máxima expresión del mismo. Desgraciadamente el papanatismo no tiene fronteras y está más extendido de lo que debiera. Ambos vicios se curan a menudo viajando. Eso sí, viajando solo, porque los viajes colectivos no son una cura. Son más bien una auténtica profesión de fe y hasta un apostolado del papanatismo propio en provincia ajena.

Este año nos está tocando asistir al denodado esfuerzo por “grinearnos” las fiestas como nos llevan “grineando” el resto del año. Afortunadamente más gasteiztarras de los que nuestro secular provincianismo pudiera hacer esperar han ignorado el green y han seguido con sus colores de siempre, entre ellos, por supuesto, el verde, el que dentro de unos meses volverá a ser tan nuestro como siempre. La green pasará al armario de nuestros triunfos siderales universalmente ignorados y la blanca será como de costumbre de todos los colores.

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