La Oveja negra y demás fábulas. Monterroso, Augusto

Tí­tulo: La Oveja negra y demás fábulas
Autor: Monterroso, Augusto
Origen: Mexico, 1983
Edición: Anagrama. Barcelona 1994
ISBN: 84-339-09294-X
Adquisición: Me lo regaló Blanca el dí­a del libro de 2012
Terminado de leer el 9 de mayo de 2012
Mi referencia : 00097-A
Comentario: Bonita costumbre esta de intercambiarse libros. Bueno, en realidad en esta ocasión se trata de la más bonita aún de cambiar flores por libros. Yo regalé un diminuto rosal y me encontré con un libro enormemente pequeño.

Digo lo de enormemente pequeño porque se lee en un plis plas, aunque eso si, una vez leido conviene no dejarlo en la más lejana de las esquinas de la biblioteca. Es de los que conviene tener cerca par echarle de vez en cuando un vistazo furtivo y reconciliarse con las letras. Es también una factorí­a de citas y de ejemplos. Es un compendio de agudas sugerencias vestidas de inocentes relatos.

Monterroso acoge en su pluma el sempiterno género de la fábula, en su versión más clásica y lo utiliza en beneficio propio. No lo pervierte porque sigue su esquema, una exposición sencilla que termina en una conclusión o moraleja. Lo que ocurre es que frente al carácter buenista y moralizante de la fábula clásica aquí­ la conclusión es a menudo subversiva, y si no lo es, es porque no la has pillado, así­ que, como las fábulas son cortas, es mejor leerla de nuevo. Y para llegar una conclusión subversiva nada mejor que partir de una situación absurda en términos convencionales pero convincentemente diseñada.

Los inocentes animalitos en sus infantiles planteamientos llevan toda una carga de profundidad trufada de sugerencias.

Cada cual es fácil que elija su favorita, yo elijo esta, puede que por que no tiene animales en el sentido convencional de la palabra. Monterroso la titula “LA FE Y LAS MONTAÑAS”:

“Al principio la Fe moví­a montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecí­a igual a si mismo durante milenios.
Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hací­an sino cambiar de sitio, y cada vez era más difí­cil encontrarlas en el lugar en que uno las habí­a dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades de las que resolví­a.
La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.
Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerí­simo atisbo de Fe”

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