La pregunta que hizo a su hijo Julio sorprendido camino del senado en sus infaustos idus de marzo, es ahora la afirmación que hacen los brutos de los padres a los hijos inocentes que sueñan con el Erasmus. Y son los pobres niños los que reciben esa afirmación como una puñalada más sangrienta aún que la que acabó con la vida del noble Cesar, porque no se refiere a la confirmación de sus sueños europeistas si no todo lo contrario. Viene el padre simplemente a decir que tú también hijo mío eres víctima de la crisis, y que ese mundo de ensueño en que has vivido a costa de ese ritmo de vida que no nos podíamos permitir según nos dicen los que nos lo han cortado de cuajo pero se lo siguen permitiendo también a ti te afecta.
Y el niño se sorprende y no lo acepta. El cielo protector se derrumba y es incapaz de comprender por qué también a él le afecta ese virus del recorte generalizado. No comprende que en materia de educación hayamos retrocedido a aquellos tiempos en los que el hijo del peón estudiaba para peón haciendo de aprendiz sin paga mientras el hijo del patrón gastaba las plusvalías que su padre robaba al suyo en una brillante carrera que a veces ni siquiera acababa. Si acaso las cuatro reglas y a leer y estudiar para no estropear las estadísticas ni aparecer como analfabetos en los censos de población.
El niño se encuentra con la crisis así de repente, y no comprende como es posible que le haya llegado. Educado como ha estado en el desprecio a la política no asume que haya detrás de ello juegos e intereses políticos. Educado en la protesta folklórika ni siquiera piensa en que haya cosas por las que luchar, y que la lucha es ataque y defensa, que tan importantes es conquistar una posición como saber mantenerla.
El niño está perplejo y es normal que lo esté. í‰l solo sabe que hasta ahora pedía y se le daba. Ya fuesen unas zapatillas o una mochila nueva. Que va a pensar ni saber de la crisis aquel que tiene un iPhone o un Galaxy por lo menos. Aquel para el que el mp3 y el 4 fueron cacharros pasajeros que yacen destripados en un cajón de su cuarto junto con varios cientos de auriculares. Aquel para el que la gameboy es una antigualla y ya casi ni hace caso a su Play Station o a su Xbox. Internet cae del cielo y los botellones del fin de también.
El niño se rebelará no se sabe muy bien contra quien, posiblemente y primero de todo contra sus padres, responsables primeros y últimos de la ruina general que para el alcanza básicamente lo suyo. Reclamará su condición de inadaptado cuando rompa mobiliario urbano o queme un contenedor y no le faltará razón.
A esta generación de los bien criados, a los que criamos con semanas de adaptación cuando eran párvulos, por cuyos derechos linchamos a maestros y de cuyos desmanes evitamos que fuesen responsables al grito de que son niños, se encuentran ahora con un mundo para el que no les preparamos, un mundo que siempre ha existido y les ocultamos, el mundo ese en el que hay ricos y pobres, poderosos y oprimidos. Que difícil es convencer de que defienda su capacidad de empoderamiento al que hemos educado en el convencimiento de que el poder ya era suyo por mucho que cambiemos el lenguaje y nos inventemos la palabra. Al final acabaremos como Cesar”¦ o peor aún, como el criador de cuervos”¦
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