Ellas no tienen nombre

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 15 de mayo de 2012

Vitoria tiene género femenino. Por algo será que fue en su dí­a conocida como la Atenas del Norte. Con tantos curas y militares bien podí­an haberla llamado el Toledo del Norte, pero no. Tan importante es la cuestión del género que aún resuenan los ecos de la controversia sobre si en inglés habí­a o no confusión a la altura de las ingles y éramos el o la green. Pero lo curioso es que si Vitoria es ella, y como tal luce orgullosa su nombre y apellido, parece que no ocurriese lo mismo con las personas que comparten con ella el género, el humano de la internacional y el sexual de la identidad. En Vitoria ““ Gasteiz ellas no tienen nombre ni apellidos, al menos no como ellos. En Vitoria ellas son virtudes, parábolas o como mucho monjas pedagogas.

A ellos no les hace falta tan siquiera el tan alabado mérito de ser VTVs. Basta con una escueta mención en la contra cubierta de un best seller y ya tienes tu estatua, aunque no se pueda ver sin cita previa confinada como está en su corralito catedralicio. Lo mismo da una suite con nombre de ciudad del norte y aromas musicales del sur que una corta pero brillante carrera literaria para posar libro en ristre o trompeta en mano. Qué decir de los ilustres polí­ticos, generales o exploradores que en nuestra historia han sido. Hasta el mismo Swmi Vishnudevananda, maestro de yoga donde los haya, tiene ya su monumento. ¿Pero ellas? ¿Es que no hay en Vitoria ni en el mundo mujer con nombre y apellidos que merezca una estatua en Vitoria? ¿Es que Ignacio es a las letras mucho más que Ernestina? ¿Es que Isabel de Urquiola dormí­a en el Ritz de Guinea mientras su marido hací­a sus exploraciones africanistas? ¿Fue acaso tan insignificante para la historia la Marquesa de Montehermoso como trascendental lo fue el General ílava? Podrí­amos repasar a todos los machotes que pueblan de piedra o bronce nuestra city iluminando de paso nuestra memoria, y no cuestiono que se merezcan sus estatuas, pero al final llegarí­amos a una misma conclusión: no diré yo que de todas y cada una, pero ¿no hay mujer con nombre y apellidos que se merezca una escultura? ¡Ya está bien de Templanza y Fortaleza aunque las firme el mismo Lucarini! Y ya sé que no estamos para gastos ni para fastos, pero no estarí­a mal adoptar el compromiso de otorgar el número uno de la lista en la sala de espera de las estatuas a una de las mujeres que, por lo menos tanto como el resto, han contribuido a ser lo que somos como habitantes de Vitoria y hasta del mundo.

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