De hábitos y uniformes

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 8 de mayo de 2012

Me gusta el refranero. Nos acostumbra a dar un diagnóstico y su contrario para un mismo sí­ntoma. Así­ no por mucho madrugar amanece muy temprano, pero sin embargo, a quien madruga dios, sabe quién, le ayuda. Hay otros casos en cambio en los que los refranes no se contradicen sino que se apoyan. Decimos que el hábito no hace al monje y es como si dijésemos que por mucho que el uniforme invite a pensar lo contrario a veces el que va dentro parece más un cura dispuesto a darte la comunión que un monje presto a echarte una mano y buscarte una solución. Esto se complementa con aquello de que aunque la mona se vista de seda mona se queda. Por poner un ejemplo es como si dijésemos que, por mucho que un bruto se vista de autoridad o de defensor de la ley y el orden, seguirá siendo más un bruto innoble que un agente noble, que no doble.

Pero puestos a enmendar el refranero, o cuando menos a completarlo y matizarlo, no es mala cosa, cuando es necesario, tirar del amplio catálogo de chistes que en el mundo son, que también tiene lo suyo.

En el tema que nos ocupa podrí­amos recordar el chiste aquel de los marcianos que se encuentran un tricornio y tratan de adivinar qué es y para qué sirve. Dirí­amos entonces que, en ocasiones y vistos los resultados, el hábito hace al monje. Vendrí­amos a decir que, por desgracia, no son tan raros los casos en los que los uniformes parecen transformar sus contenidos humanos. Es como si, jugando con las palabras, viniésemos a decir que el uniforme hace al monje coger ciertos hábitos que deberí­an ser suficientes como para que alguien le hiciese colgar los hábitos.

Claro está que hablamos de algo tan difí­cil de demostrar como fácil de constatar. Un problema que preocupa a Sí­ndicos, Arartekos y demás defensores de pueblos. Una cuestión que, como aquella otra de orden más fisiológico, sufre a menudo la ciudadaní­a en silencio. Problema por otra parte que no pasa de ser una cuestión de principios. De esos principios de los que no pueden tenerse otros si estos no gustan. Principios tan sencillos de enseñar como aquel de que un uniformado trabaja para y no contra la ciudadaní­a. O como aquel otro de que el poder que da la autoridad viene de la sociedad, y es a ella y para ella que debe servir. Que el respeto se gana con respeto y que hasta el cariño se logra con cariño. Empatí­a y simpatí­a, y en su defecto, y volviendo al refranero, recordar siempre que no es bueno morder la mano que te da de comer, o sea, la de todos y cada uno.

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