En tiempo de desolación…

El que fuese militar castellano, religioso católico, poeta, fundador, general y hasta patrón de bizkainos y gipuzkoanos dejó para la posteridad, además de los jesuitas, algunas citas memorables. Una de ellas es la que recomienda no hacer mudanza en tiempo de desolación. Otra no menos interesante es la que advierte que quien evita la tentación evita el pecado, y por completar la terna, no está de mal recordarle cuando afirmaba que para estar bien seguros, debemos sostener lo siguiente: lo que ante mis ojos aparece como blanco, debo considerarlo negro, si la jerarquí­a de la Iglesia lo considera así­.

Han pasado casi quinientos años y bien podrí­amos aconsejar a algunos que las tuviesen en cuenta, si acaso con algunos retoques.

Es muy fácil que quien tiene a mano los dineros públicos para construir la imagen propia caiga en la tentación de utilizarlos. Pero debiera ser consciente de que vivimos tiempos inseguros, en los que muchos nos resistimos a considerar negro lo que vemos blanco aunque a eso nos invite la jerarquí­a de la Iglesia o la del partido que sea. Desolados como están muchos capí­tulos del presupuesto no es muy edificante ver como hay quien muda de epí­grafe unos dineros mientras que mantiene otros.

En un contexto de recortes generalizados, muchos de los cuales afectan a ese apartado de gastos superfluos en el que suelen integrarse las inversiones en cultura, cooperación, solidaridad, educación, etc, no resulta muy razonable mantener partidas destacables en el que podrí­amos llamar de publicidad, comunicación y relaciones públicas, menos aún si tenemos en cuenta un par de circunstancias.

Esos dineros debieran dedicarse exclusivamente a comunicación institucional, y más concretamente al uso que la comunicación tiene como garante de la esencia democrática de una institución, esto es, la bidireccionalidad, la honestidad y la trasparencia. La comunicación institucional debe empeñarse en favorecer la participación, el control y la ruptura de fronteras entre administración y administrados. La comunicación polí­tica, aquella que deben costearse los partidos y no las instituciones en que gobiernan, si que tiene distintos objetivos que, volviendo a la metáfora apostólica, son como los mandamientos, que se resumen en dos… conservar el poder si se tiene, y si no se tiene conquistarlo.

Por otra parte, cuando se requiere de los agentes dessubvencionados imaginación, innovación e iniciativa para cubrir los presupuestos con que financian sus actividades a falta del paraguas público, no es muy presentable mantener una polí­tica de comunicación a mayor gloria del gobierno financiada exclusivamente con fondos públicos. Si hay que ser innovador, imaginativo y no costar un euro al “común”, que mejor que empezar por uno mismo. Más aún cuando la actual estructura informativa derivada de las politicas editoriales de los distintos medios, hace que la información emitida tenga un amplio recorrido sin más coste que generarla y a veces ni eso, por pura inercia y la necesidad de completar un número fijo de páginas o minutos. Si alguien tiene un cómodo e impagable acceso a eso que se conoce por publicity, al menos en los medios locales, es precisamente un ayuntamiento.

Otra cosa es que el equipo de gobierno necesite contrarrestar con publicidad lo que la información plural refleja. Que no queriendo admitir que esa pluralidad informativa refleja la pluralidad real del corpus social que administra intente trasladar y construir su propia realidad bien por la ví­a de emitir su interpretación, bien por la de buscar un mayor peso de sus bondades en detrimento del que los medios dedican a sus debilidades.

Son en todo caso tentaciones en las que caen todos y que posiblemente no fuesen tan complejas de erradicar. Puede que bastase con empezar por asumir que las partidas destinadas a comunicación institucional deben estar al servicio de la institución, esto es, de todos aquellos a los que representa y que se concreta en todos sus representantes, no solo en los que gobiernan lo hagan en minorí­as más o menos aplastadas o aplastantes. El resto serí­a sencillo, desde una mesa con representación de todos los grupos hasta un comité de defensa de la pluralidad plural en si mismo, e independiente hasta donde se pudiese, encargado de velar por la corrección de campañas, anuncios y demás festejos. Alguien capaz de intentar que lo que se paga con nuestro dinero no nos haga ver blancos ni negros, sino apreciar los semitonos y aumentar nuestra capacidad para distinguir la escala de grises. Entre tanto, y por poner un ejemplo laico para terminar, mejor que dejemos de seguir jugando a llevarnos cada cual el agua a nuestro molino, que el rí­o somos todos y las harinas con que ellos amasan no son de otro costal, son del nuestro, del de todos.

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