Como medir la rentabilidad de un museo

Al hilo de lo que publicaba esta mañana y después de comentarios varios me he animado a escribir un a modo de corolario. Voy a intentar además circunscribir la reflexión al concepto museo y dejar para otro momento la posibilidad de seguir con reflexiones más generales sobre la manera de sostener un entramado cultural en un colectivo social.

Para empezar intentemos definir los conceptos que manejamos.

Museo es, hoy en dí­a una realidad de múltiple finalidad y uso. Mantiene su uso primigenio como depósito de bienes y materiales, así­ como su uso destinado a la exposición al público de parte de los mismos. De forma creciente el criterio de esta selección se basa en objetivos didácticos, si bien siguen siendo importantes las motivos que podrí­amos denominar más comerciales, lo que obliga a exponer en su caso las “joyas” que llaman la atención por su propia naturaleza objetual más allá de contextos varios. El museo es además un foco de investigación, un lugar de estudio y de conservación.

El museo por tanto atiende a varios focos de interés. Al de la defensa, protección, estudio y conservación del patrimonio por un lado, y al de la difusión y exposición por otro. Dentro de este último el museo compagina de mejor o peor manera su atención al público especialista que busca lo especí­fico más que lo espectacular con la atención de caracter divulgativo centrada generalmente en el público en edad escolar sin descuidar su entidad como gancho de interés turí­stico para el público en general.

Rentabilidad, tal como debe entenderse en este caso, es similar a lo que se explica sobre la calidad. Si esta consiste en satisfacer las expectativas del cliente y en que el producto o servicio responda a las especificaciones del contrato más que en la bondad hipotétitca del producto o servicio, la rentabilidad de un museo debe medirse en función de los objetivos con que se planea y edifica.

La rentabilidad es por tanto un concepto flexible para el que cabe, eso sí­, pedir al menos un poco de sinceridad de parte de quien lo promueve a fin de evaluar su rentablidad.

Cuando vemos las intervenciones que las administraciones públicas prodigan en tiempos de bonanza en el panorama museí­stico podemos, a la vista de los hechos, suponer diversos objetivos:

  • Construir un edifcio singular y emblemático con una firma de prestigio que contribuya al lustre urbano y genere retorno de inversión por la ví­a del turismo y de cuya inauguración se puedan obtener mediáticas fotos.
  • Presentar un hallazgo excepcional, sea objeto aislado o colección singular, en medio de un edificio ad hoc que actúe como tirón publicitario contribuyendo al lustre ciudadano y generanto retorno de inversión por la ví­a del turismo y de cuya presentación mundial se puedan obtener mediáticas fotos.
  • Dar uso a un edificio de caracter histórico y naturaleza singular mediante una costosa y a menudo controvertida rehabilitación metiendo en él algo que justifique la intervención y sirva para presentar el conjunto como elemento tractor del turismo de calidad generando de este modo retorno de inversión y aprovechando la ocasión para realizar eventos que generen mediáticas fotos.

Además de estos objetivos existirí­an otros como son:

  • Dotar a investigadores, docentes, estudiantes y expertos internacionales y locales de unas instalaciones adecuadas en las que realizar su trabajo dignamente proporcionando tanto los medios materiales como especiales para que su trabajo y el cuidado del patrimonio a su cargo sean los que la ciencia necesita. Esto genera un prestigio en los circulos cientí­ficos y especializados, genera publicaciones y nutre al común de la cultura de las aportaciones fruto de las investigaciones. Aparte de esto genera la posibilidad de organizar congresos o encuentros especializados y actúa como foco y polo de actividad cientí­fica y cultural
  • Establecer un espacio expositivo que redunde en un mejor conocimiento del patrimonio orientado a incrementar el aprecio social por los bienes culturales sustentándose en su conocimiento y comprensión y haciéndolo de cara tanto a los más jóvenes como a los más adultos. Con ello se consigue incrementar el conocimiento de lo propio a los propios y la comprensión de lo nuestro ajeno a los visitantes.

Seamos pues sinceros a la hora de enunciar los objetivos, porque en el caso de los tres primeros es normal y hasta inevitable que cobren, pero en el caso de los segundos no tendrí­a que importar incluso llegar a incentivos económicos o sociales más o menos directos.

En el primer grupo la rentabiliad es un concepto puramente económico que usa la cultura como mercancí­a incluso marginal. Lo importante es la hostelerí­a, el merchandising y las ventas del comercio local. El espacio se gestiona de cara a la generación de ingresos ví­a cesión para eventos y venta de entradas.

En el segundo grupo la rentabilidad es un concepto socio cultural y se mide en términos de enriquecimiento general de la población local, en el incremento de su autoconocimiento como grupo cultural, de comprensión de su historia y de aprecio de su patrimonio material e inmaterial desde bases racionales y radicalmente alejadas del papanatismo histórico-cultural. Desde este punto de vista, la venta o no de entradas es anecdótico. Es más, para alcanzar esta rentabilidad no habrí­a por qué poner trabas a organizar visitas incluso subvencionadas, siempre que al final se cumpla el objetivo de un museo, ser foco emisor de cultura y centro de educación en el conocimiento, comprensión, cariño y respeto de lo propio como un elemento más de una cultura global en la que nada nos deberí­a ser ajeno.

Eso sí­, no nos hagan contar las fotos que se han sacado par que por nuestros propios medios y a pesar de su silencio concluyanmos en que en efecto, para ellos, los museos han sido muy rentables y hast apodrí­amos decir que ya están amortizados.

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