La última marotada (de momento)

Ayer escribí­ de Javi y las ardillas, y hoy, después de oir la última, no puedo dejar los dedos quietos. Ahora resulta que nuestro popular alcalde sale de nuevo a la palestra y anuncia a bombo y platillo una propuesta que según él fijo que no es en absoluto populista ni demagógica. Una más y avanzando más en su única lí­nea, la defensa de los vitorianos blancos, nativos y españoles.

Ahora resulta que alguien ha detectado que el dinero que se daba a los jóvenes para su alimentación, algunos de estos no se lo gastaban puramente en alimentación. De ello se deriva que además de quedarse flacos ellos mismos adelgazaban las arcas públicas para siniestros fines ajenos a la caritativa voluntad de tener bien nutridos a nuestros jóvenes excluidos. Y eso, según parece al señor alcalde y a muchos ciudadanos que se realimentan mutuamente, es indignante además de ofensivo y de atentatorio contra la salud de las buenas costumbres y de las arcas públicas que nosotros, vitorianos de siempre, defenderemos a capa y machete aplicando básicamente nuestro criterio, no el de todos.

Yo sólo tengo algunas cosas que decir, y no me apetece hoy perderme con retóricas ni hacer ejercicios de estilo. Las cosas como son y no como nos las han contado sino como nos las vamos encontrando.

Mi tocayo ha utilizado varias veces hoy la palabra sueldo. Y una cosa es un sueldo y otra bien distinta una ayuda. No digo que no podrí­a plantearse la prestación de servicios a la comunidad por parte de aquellos a los que la comunidad atiende mientras esperan el momento en el que alguna caritativa sociedad anónima o limitada les explote igual que al resto. Pero de momento no es el caso, y aún llegado es cosa de plantearlo bien, muy bien, y no como acostumbran algunos voceros y populistas. Que estas tareas comunitarias no supongan hacer funciones que ahora realizan trabajadores. Que no hagamos que crezca el número de los indigentes que hacen servicios a la comunidad a cambio de la caridad institucional a costa de reducir el de los que realizan trabajos a cambio de la “caridad” empresarial.

Mi tocayo dice que no quiere reducir ayudas, sino únicamente asegurar que el dinero público se emplea en el fin para el que es destinado. De nuevo aparece el argumento falaz, la trampa dialéctica. Tal como se enuncia nadie podrí­a estar en contra de tan loable interés. Pero tal como se actúa si. Porque el interés no es noble sino interesado y clasista. El interés no está en la defensa de lo público tanto como en agradar a cierto público mientras se sigue tratando como propio lo que es de todos y no de unos. ¿Por qué una vez más se empieza por abajo estigmatizando a los que ya van por ahí­ cubiertos de las cicatrices que les ha dejado la vida en vez de preocuparse por los que, además de ir bien afeitados y limpitos, con inmaculados historiales, lustrosos curriculums y apabullantes abolengos se lo llevan limpio, calentito y en más cantidad?

Hablamos del padrón y nos centramos en los casos de inmigrantes, pero no de todos, sólo de aquellos que nos afectan en lo racial, religioso o idiomático.  Parece que los españoles no sean inmigrantes aunque hablen distinto acento y tengan distinta tradición, cultura y forma de ser. Es paradójico en una ciudad que ha multiplicado su población casi por cinco en los últimos sesenta años que el problema sean ahora unos miles de ciudadanos del planeta. No decimos nada de los padres que trampean el padrón para buscar una plaza en el colegio privado de siempre que aunque ahora pagamos entre todos sigue siendo mayormente para los de siempre, ni de los que lo hacen por una residencia, por un piso, por una desgravación en la renta, por el acceso a una ayuda de dependencia, etc. etc.

Hablamos del aforo y resulta que solo vemos el de los musulmanes en su fin del ramadán. Atrás quedan nuestros bares y hasta nuestras iglesias cuando “celebramos” la muerte de algún ilustre vitoriano.

Hablamos del fraude y dedicamos más recursos de lo que recuperamos en perseguir a los gorrones del sistema que se llevan en conjunto cantidades que a veces son poco más que el pico de lo que defraudan nuestros compatriotas.

Hablamos de preocupación por dedicar el dinero público para el fin al que está destinado y seguimos tirando de tarjetas y de fondos de asignación a grupos polí­ticos y de gastos de representación y relaciones públicas y de partidas en publicidad sin que el público tengamos muy claro que ese sea el fin al que queremos destinar nuestro común peculio. Y eso por no hablar del soporte social que tendrí­a, por ejemplo, el hecho de subvencionar en tiempos de crisis las procesiones penitenciales apostólicas y romanas mientras cortamos grifos por doquier.

Que hagan vales, pero para todos y para todo, porque con tanto enseñar el plumero acabarán llevando en su pecado su penitencia, aunque bien pensado… igual por eso empiezan a prepararse el terreno. Lo que si que va quedando diáfanamente claro por si alguno aún lo tení­a en duda, es que la derecha, hoy como ayer, existe, y es esto que estamos padeciendo en su version más cainita, la del populismo demagógico e incendiario que desví­a la atención sobre los verdaderos responsables de la situación que vivimos dirigiendo el dedo acusador a los que son tan pobres como nosotros. ¡Pobres de nosotros como no empecemos a mirar el blanco dedo que apunta antes que al negro, al moro o al sudaca que es apuntado!

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