El manto de armiño

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 7 de febrero de 2012

Del mismo modo que el manto de armiño gélido cubrió la ciudad, la eficacia demostrada y profusamente alabada con la que el alcalde y su equipo han gestionado su retirada ha sido como un manto que cubrí­a el temporal presupuestario. Sólo que, como ocurre con la nieve que con agua se va, debate que con nieve se va pronto volverá. Y lo digo porque, al margen de tiradas y retiradas, el panorama cultural de nuestra ciudad es, presupuestariamente hablando, preocupante.

Aquí­ parece que estamos confundiendo cultura con agricultura, lo gris como color cerebral con lo green como color a celebrar. Si no hubiésemos lapidado al bueno de Eliseo nos lo explicarí­a en términos de oposición entre la silvum y el ager. Si no estuviésemos lapidando a Gonzalo nos lo explicarí­a en términos de sobrevivir o trasformarse. Pero nosotros, sabiamente guiados por el hombre tranquilo, el boxeador que quiso ser humano, asistimos impasibles a la trasmutación de nuestra urbe. Lejos de recuperarnos como la Atenas del norte del Reino de España que fuimos nos quieren convertir en la verde Irlanda del sur de Europa que no sabemos si queremos ser. ¡Homérico! Que dirí­a Flynn en sus paseos por la aldea de Innisfree rebautizada como GasteizGreen.

Pero nuestro cosmopolitismo va más lejos. Como en el Parí­s del mayo glorioso vamos a desmontar los adoquines, pero lejos de buscar debajo la playa queremos encontrar los bosques de Sherwood o, volviendo al manto de armiño, los de Vincennes. Nosotros no iremos del puente a la alameda, haremos un camino de ida y vuelta del campo a la avenida y nos dejaremos por él la magia y el periscopio, el monte hermoso y la cooperación solidaria.

Rebautizaremos, eso sí­, nuestros anillos según quién nos patrocine o a quién tengamos que agradar. Si la editorial de Tolkien se brinda a patrocinar nuestra verde capitalidad no hablaremos ya de anillos verdes o interiores, hablaremos de la ciudad de los anillos y las próximas elecciones, lógicamente, elegiremos al señor de los anillos. Si queremos agradar a la Merkel y a su estrella rodante cambiaremos el nombre a la avenida y le llamaremos Avenida de los Nibelungos, y así­ nuestro anillo lo será por siempre el anillo de los Nibelungos. A fin de cuentas hablando de nieves hasta podrí­amos decir que Gasteiz y “nivelungo” vienen a ser equivalentes en Siberia. Mientras tanto tenderemos el manto de armiño para que la Reina de España no se manche con el barro de nuestros campos ni note lo inestable del suelo que pisamos.

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