Las manos y el fuego

Está la cosa que arde en Vitoria, y si hay un barrio que no se escapa de la quema ese no es otro que la almendra, el núcleo germinal desde el que la vieja Gasteiz renació Victoria, creció Bitoria y acabó con el paso de los tiempos siendo Vitoria – Gasteiz, la Green Capital que piensa en verde y bebe en tinto.

El emblema del crecimiento y desarrollo turí­stico y referencial de Vitoria está convulso. La sociedad pública que durante años lideró su recuperación y desarrollo ha sido literalmente barrida del callejero vitoriano y guardada en el cajón. Y como resulta en efecto complicada la decisión y podrí­a incluso provocar o renacer tensiones y conflictos han tomado el camino que René Girard propone como el más humano y civilizado medio de resolver la crisis mimética que sus apaños han provocado: el sacrificio

“El rito es el acto humano fundamental: el acto de inmolar una ví­ctima es el acto civilizador por excelencia. Es un mecanismo de conservación: cuanto más se practica el sacrificio, más disminuye el nivel de violencia en las sociedades. Pero, aún así­, es preciso creer en la eficacia del sacrificio…”

La ví­ctima en este caso ha sido el hasta hace poco alabado Arroita, gerente que fue de la fundación Catedral Santa Marí­a liderando su camino al sumum mediático y gerente que ha sido de ARICH hasta su liquidación, la de ambos, la de él mismo y la de la sociedad.

Vaya por delante que, especialmente en el caso de la catedral, yo he sido siempre cautelosamente crí­tico, igual que lo he sido con algunos grandes “hallazgos” que la “arqueologí­a moderna”, con el sustento oficial garantizado, ha aportado al engradecimiento de la ciudad. Pero en todo caso es cuestión de los arqueólogos, porque el papel de Gonzalo ha sido el de un alquimista: transmutar la materia. Hacer del combustible ignorado energí­a útil y hacer del humo materia sólida, y he de reconocer que eso lo ha hecho bien. Y el que no entienda que eso tiene un precio y que uno no sale en la guí­a michelí­n con un bocata de mortadela es que o no sabe nada o no tiene buenas intenciones.

Yo no pondré la mano en el fuego por él ni por nadie, pero mucho me libraré de acercar la llama de mi mechero a las que pugnan por encender lo más rápidamente posible la pira purificadora del auto de fé a que está siendo sometido Gonzalo Arroita.

El que no sea capaz de apreciar que el casco viejo es hoy diferente es ciego. El que viendo los cambios en él producidos diga que no ha ido a mejor es el peor de los ciegos, el que no quiere ver. Ignoro que intenciones tienen los impulsores de esta decapitación, pero habida cuenta de que son dos, y de que en muchas esencias son bastante incompatibles, tengo la impresión de que ocurrirá como en muchos casos similares ocurre: el futuro que le espera a nuestra almendra será la suma de los peores y más incompatibles elementos de sus dos visiones.

A mi me da pena que se frustre un camino que estaba ya encaminado y a mi juicio con buen tino. Pero me preocupa más aún que el efecto mariposa vaya aún más lejos y termine con ese renacimiento que vive nuestra ciudad de cara al exterior, si, pero también al interior, y que tiene su origen, como la propia ciudad lo tiene, en su núcleo germinal, la almendra.

A mi me hace gracia que los que abominan del turismo tengan una concepción tan triste y enana del turismo. Y digo esto porque frente al turismo exterior de compras, pintxos, museos, exposiciones y paseos cámara en ristre y plano en mano, y frente al turismo interior de ocio y negocio;  la realidad que nos proponen es la del turismo más cercano en lo geográfico o en lo ideológico. Parece como si concentrar a los colegas de Basauri o de Hernani, o a los referentes de Berlí­n o Barcelona fuese menos turismo que recibir a las familias de Gijón, Sevilla, Parí­s o Fuenlabrada. Y eso por no hablar del concepto de vitoriano restringido al que usa ropa de montaña para subir a la colina.

A mi me da pena que los acuerdos coyunturales entre fuerzas antagónicas terminen por dar fin a propuestas más estructurales que habí­an venido sobreviviendo a distintas corporaciones.

Ellos han elegido la ví­ctima para su sacrificio. Pero recordando la frase que citaba de Girard, para que el efecto sea el deseado hay que creer en el sacrificio, y por lo menos yo, tengo más cerca la mano del fuego que del mechero.

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