Se empieza por los porros…

Vivimos en estos tiempos con la guardia baja. Tengo la impresión de que nos distraen, nos engañan y nos las cuelan. Y así­ va el mundo ese que empezábamos a crear y a creer camino de su desaparición total. Deslegitimadas las estructuras que podrí­an agurparnos para defenderlo y defendernos, nos vemos aislados como individuos solitarios sometidos al albur de los expertos, los nuevos demiurgos que trazan realmente los lí­mites de nuestros derechos y libertades.

No voy a hablar de los mercados ni del tráfico de drogas, sino de algo de lo que mucha menos gente habla, del tráfico y las drogas. Leí­a el otro dí­a algo sobre ello a cuenta del reflejo en prensa que tuvo un informe de la policí­a local vitoriana cuya lectura recomiendo. Y el caso es que yo voy todaví­a más allá de lo que la policí­a plantea. No se trata tanto de ver cómo y en que grado se aplica la sanción, sino de plantearse incluso si la sanción misma tiene sentido, sustancia, fundamento o fuste.

Veamos a qué me refiero. La prohibición total o parcial de la ingesta de alcohol previa a la conducción se fundamenta en numerosos estudios que avalan la negativa influencia que tiene el alcohol sobre la percepción, la coordinación y hasta la actitud del conductor. Se conocen los efectos en base a las cantidades, e incluso se podrí­a afinar más en bse a esos estudios ponderando los valores en función de parámetros tales como el peso y hasta el sexo del conductor. Se conoce la cronologí­a en que el alcohol pasa al torrente sanguí­neo e incluso la de su metabolización. De esta forma el conductor tiene una noción relativamente clara del tiempo de cuarentena que debe guardar entre el momento en que deja de consumir alcohol y el momento en que uede conducir.

Pero sumidos en esta obsesión por la higiene y la seguridad viene el legislador y califica como muy grave “la conducción bajo los efectos de estupefacientes, psicotrópicos, estimulantes y cualquier otra sustancia de efectos análogos”. Y ala dotados con unos instrumentos que no ponderan el nivel, ni la concentración, ni el tiempo discurrido desde el consumo de da lo mismo que cosa, vienen los agentes y, como mí­nimo te ponen una hermosa multa y como máximo te dejan el carne con menos puntos que el farolillo rojo de la liga. Nadie parece preocuparse por las connsecuencias que, sin tener por qué en muchas ocasiones, pueden tener actuaciones de tu vida privada en tu vida publica, ya sea familiar social o profesional. Porque no queda claro, para empezar, si la detección de un rastro de consumo indica o implica tu incapacidad para conducir o el homenaje que te diste uno dos o ene dí­as antes.

Supongamos que te levantas un lunes, desayunas tus tostadas, tu zumito de naranja y el yogur griego, te pones tu traje y tu corbata y vas al aeropuerto a recoger a un cliente importante. A la vuelta un control preventivo te detiene y como tú mientras esperabas te tomas un cafelito, sin gotas ni nada por delante, vas más tranquilo que un bendito y zas!!! coche inmovilizado, carnet en el alero, cliente perdido y expediente laboral garantizado. Y entonces recuerdas que el fin de semana pasado no, el anterior habiás estado de concierto y te habí­as “animado” artificialmente.

Por otra parte, y además de la carencia de estudios  sobre los efectos en función de la cantidad consumida y el tiempo discurrido desde el consumo, ¿tendré que creerme que todas las sustancias provocan efectos igualmente negativas? No voy a hacer un tratado sobre toxicologí­a, pero tengo la impresión de que no es lo mismo el cannabis que la cocaina, la heroina que la cocaina, las anfetaminas que el extasis. Y ya puestos… el café es también un estimulante, ¿lo prohibirán también? Y más puestos aún… la digestión de la comida adormece, ¿volveremos a los tiempos aquellos de las horas de digestión para poder bañarse pero aplicadas ahora a la conducción? ¿inventarán máquinas para medir el número de horas dormidas? ¿nos pondrán un psicólogo para evaluar la incidencia de nuestros conflictos personales?

Yo echo de menos los tiempos aquellos en los que lo que se enseñaba y era preceptivo se enunciaba algo así­ como que el conductor debe en todo momento adecuar la velocidad a las condiciones del vehí­culo y de la ví­a, y añadiré que a las de uno mismo también. Vamos, que ya somos mayorcitos para no ser tratados como niños, y si justo y legí­timo es perseguir y sancionar a quien incumple lo anterior y pone en peligro al resto de personas que circulan por la ví­a no lo es hacerlo de forma indiscriminada y sin garantí­as.

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