Secretos, sí­mbolos y democracia

Hay quien dice que los sí­mbolos son cosas gratuitas por las que no merece discutir. Pero el caso es que si no merece discutir por ellos pues lo mismo da mantenerlos, ponerlos o quitarlos, y entonces se descubre rápidamente que por los sí­mbolos si merece la pena discutir. De hecho se descubre que los sí­mbolos son más importantes a menudo de lo que parece a simple vista, y lo son porque los sí­mbolos basan su existencia en su propia esencia: los sí­mbolos significan, los sí­mbolos comunican.

Ver a un presidente de gobierno que cuenta con el respaldo expresamente expresado de más de 10.000.000 de personas inclinando su cabeza ante un ciudadano que ontó con el respaldo de un dictador y con el mérito accesorio de su apellido y genealogí­a es ver algo más que un acto de protocolo. Es un sí­mbolo que significa que somos súbditos y rey, no ciudadanos y ciudadanas.

Ver a un presidente de gobierno de un Estado que se confiesa aconfesional poniendo a un individuo clavado en una cruz como testigo y garante de sus buenas intenciones no es una opción personal, es un sí­mbolo que enuncia una toma de postura confesional en un estado que no lo es y lo es además una posición engarzada en una tradición tradicionalista y tradicionalmente partidaria.

Ver a un equipo de ministros reconociendo que se han enterado con apenas 24 horas de su nombramiento y que nadie más que el nuevo presidente lo ha sabido hasta entonces no es un elogio a la discrección de los participantes, es un sí­mbolo de cómo pervive el sistema de sumisión absoluta al jefe y de aceptación ciega de sus designios personales. Mariano es mariano, ni Cesar ni Augusto y se merece el respeto que le hagan ganar sus hechos, ni más ni menos. No es papa ni rey, ni emperador ni dios. Es simplemente residente y eso ya deberí­a ser bastante.

Oirles a todos ellos jurar poniendo una junto a otra la constitución y la biblia y hacerlo bajo la mirada atenta del rey a quien rinden pleitesí­a, y centrar su juramente en la lealtad a la corona, la reverencial salvaguarda de la constitución en sí­ y de la ley por sí­, más que ambas en función de lo que presentan, representan y es susceptible de cambiar y terminar por centrar su juramento en la promesa de guardar en secreto sus deliberacinoes no es lustre institucional, es el sí­mbolo de que mucho de rancio, arcaico y elitista permanece adherdo a nuestro entramado institucional.

Plantarse ante la ciudadaní­a, mirarle cara a cara, y trasmitirle confianza de que va a cumplir con lo que prometió en su campaña, y hacerlo de persona a persona, sin dioses ni demonios, y atreverse a cambiar lo que haya que cambiar porque así­ lo aconseja el uso, sacando de la urna venerable la constitución impresa y volviéndola con tachones a la urna de metacrilato, y haciéndolo al tiempo asegurando trasparencia y falta de secreto también serí­a un sí­mbolo, el sí­mbolo de que avanzamos en efecto hacia la sociedad de los iguales.

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