Morir matando

Hoy he leido un titular entrecomillado. “El que muere queriendo matar no es una ví­ctima”. Lo dijo Patxi López, cabeza visible del gobierno autónomo del Paí­s Vasco a secas. (Cuando yo era pequeño casi todo lo vasco era vasconavarro, pero eso es otra historia). Lo dijo en el contexto de un acto de homenaje y reconocimiento a las ví­ctimas en el que, vistas las previas, los hechos y las declaraciones posteriores, si algo está en cuestión es, precisamente, la definición de lo que es ví­ctima y lo que no.

En ese contexto, que más debiera circular en el terreno de la ética que en el de la polí­tica, es en el que López dijo la frase. Y tiene su miga.

No puedo empezar diciendo otra cosa que no sea que estoy en completo desacuerdo con la frase. Me parece simple, fátua y desafortunada. Me parece, muy al hilo de los tiempos que viven el pensamiento y su verbalización, una frase redonda que cierra un buen titular, que es perfecta para un corte de radio y que nadie podrí­a cuestionar si no se pusiese a pensar en ella aunque fuese sólo un instante.

La RAE fija cuatro acepciones para el término ví­ctima:

1. f. Persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio.

2. f. Persona que se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra.

3. f. Persona que padece daño por culpa ajena o por causa fortuita.

4. f. Persona que muere por culpa ajena o por accidente fortuito.

Si atendemos a lo anterior descubriremos que, a menudo, el que muere queriendo matar o incluso matando o habiendo matado es tan ví­ctima como el matado o intentado matar, y a veces incluso más. Nos hemos criado en una cultura de la guerra, no ya ahora sino casi desde el origen de los tiempos, en la que lo que importa a los efectos de ser ví­ctima o verdugo, héroe o asesino no es morir o matar, sino en que bando estás. Un soldado, aquí­ y en cualquier lugar del mundo es un humano dispuesto a morir, si, pero también a matar. Cuando el soldado que mata es el nuestro es nuestro valedor y nuestro héroe, y si muere es una ví­ctima. Una ví­ctima que murió queriendo matar. El soldado contrario era un peligro a eliminar, pero el tambí­en estaba dispuesto a morir y él también querí­a matar. Si lo hubiese conseguido serí­a un asesino, y el nuestro, una vez más una ví­ctima.

Y sin embargo yo creo que el concepto de ví­ctima es más amplio y menos evidente. Yo creo que a menudo hasta los vérdugos son ví­ctimas. Todos somos ví­ctimas de nuestros dirigentes, de nuestros sistemas, de nuestros sueños e intereses.

Un soldado es ví­ctima del enemigo. Pero también lo es de los ideólogos que han fracasado en la consecución de sus fines por otros medios. De los educadores y lideres de opinión que le han inculcado que hay valores, ideas o ideales por los que merece la pena morir o matar. De la propaganda y la comunicación que le ha llevado a asumirlo como propio e inevitable. Incluso de los estrategas que han decidido cómo y cuándo debe entrar en combate. Todos estos agentes ocultan a menudo a los suyos que, en la primera de las acepciones que citábamos, no son héroes sino ví­ctimas, en tanto que son personas sacrificadas o destinadas al sacrificio.

Poniendo los pies en nuestra tierra… un chaval al que le explota una bomba para cuya manipulación no está debidamente preparado es una ví­ctima. Al contrario de lo que dice López, el hecho de que haya muerto queriendo matar no le evita esta condición. Es una ví­ctima de quien le ha encomendado una tarea para la que no estaba preparado. Es una ví­citma de quien le ha convencido que la patria necesitaba otros muertos que no fuesen él aunque el intentarlo podrí­a hacerle morir precisamente a él. Un joven al que le pegan un tiro en la nuca al salir de su casa o montar en su coche por ser concejal es una ví­ctima, claro está. Como lo es quien abre un paquete que no va dedicado a él, como lo es tanta y tanta gente que a visto desaparecer su vida. De los soldados enviados al combate, en uno u otro cuerpo creo que ya he hablado antes.

Sólo digo que en esta historia hay culpables, claro que los hay, y hay más ví­ctimas de las que parece, la mayorí­a. Engañados y manipulados hasta el extremo, por un lado y por otro, en una medida u otra. Gente dispuesta a morir y matar, y a generar odios capaces de seguir creando ví­ctimas y más ví­ctimas.

Dejar de matarse es bueno, claro está, pero hasta que no asumamos que todos somos en alguna medida ví­ctimas y en alguna verdugos no creo que podamos avanzar en firme. ¿Qué hay culpables? Claro que los hay. Y algunos incluso están muertos y aparecen ahora como ví­ctimas cuando son en todo caso ví­ctimas de si mismos y agentes necesarios en la espiral de la violencia.  ¿Vencedores y vencidos? Claro que los tiene que haber. Tenemos que vencer como colectivo capaz de convivir y tienen que ser derrotados quienes desde sus tribunas, sus zulos, sus despachos o sus cargos no son capaces de evitar la tentación de vernos como ganado al que sacrificar con engaños para beneficiar sus intereses.

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