Ayer

Ayer fue posiblemente un dí­a histórico. Todos los dí­as lo son, pero algunos más que otros. Por decirlo de otra forma ayer fue, esperemos, el germen de una efeméride. Ayer todos fuimos felices. Corrijo. Todos deberí­amos haber sido felices, aunque algunos de los que más felices deberí­an estar lo disimulaban con indisimulado encono. Yo creo que son de esos a los que les gustarí­a que su comunicado, no el de ETA, comenzase algo así­ como “En el dí­a de ayer, cautivo y desarmado el ejército rojo separatista, han alcanzado sus últimas posiciones los miembros de la caverna retrógrada e integrista”. En eso siguen hoy incluso al amparo de la iglesia y sus episcopales ondas.  ¡Cosas veredes! Ayer no era dí­a de análisis, al menos para mi que soy de digestión lenta. Pero hoy ya no es ayer.

Respecto a lo de ayer cabe considerar la cuestión desde diversas perspectivas.

Desde lo emocional y humano es emocionante pensar que muchos de nuestros vecinos y hasta amigos podrán vivir desde ayer sujetos a los mismos avatares de la vida y de la muerte que el resto de los mortales. Sin amanezas suplementarias. Sin fantasmas de carne y hueso. En este asunto la teorí­a del sufrimiento ha sido siempre un eje importante. La socialización del sufrimiento dio inicio a la última y más perversa etapa de la actividad de ETA y en gran medida de la de su entorno intorno o lo que sea. Posiblemente estamos donde estamos porque no tantos estaban dispuestos a sufrir tanto en carne propia las consecuencias crecientes del sufrimiento ajeno que pretendí­an generar a base de sufrimiento. Por otra parte recuerdo haber leido una teorí­a interesante sobre el gran error que ha cometido en su historia la izquierda abertzale en su conjunto y que no es otro que el de haber sido incapaces de percibir y actuar en consecuencia de lo que podrí­amos llamar el cambio en la balanza del sufrimiento. Me explico y de paso voy entrando en la perspectiva histórica de lo ocurrido ayer.

Tengo 46 años, los tení­a ayer y los tengo hoy. Cuando tení­a muchos menos años viví­a Franco. Eso no se me olvida. En la socieadad e la que crecí­ era dificil encontrar un vasco que no hubises sufrida en primera persona, o en segunda (entorno social cercano o familia) una actuación policial, administrativa o judicial por mor de su forma de entender el mundo, en lo polí­tico, en lo social, en lo religiosos, en lo moral, en lo identitario y hasta en lo cultural. En ese mundo en el que crecí­ gran parte de la sociedad veí­a a las fuerzas armadas como eso, como fuerzas que además iban armadas, y para que engañarnos eso generaba más miedo que respeto. En ese contexto de conflicto iniciaron su actividad armada las ETAs que en el mundo han sido, no fueron ellas las que lo provocaron, aún siendo evidente que ha sido la última de ellas, la militar más cerril, la que lo ha alargado en su parte más violenta y dolorosa por lo inútil. Eran otros tiempos. Y por qué negarlo… muchos de los que ahora abominan del terrorismo y apelan a la memoria selectiva deberí­an recordar que hicieron, por ejemplo, un lejano diciembre de 1973 cuando un docdge dart se convirtió en avioneta. Si confesar que corrió el cava es justificar lo que ha pasado después lo nuestro en conjunto es de psiquiatra colectivo.

De aquel mundo en el que nací­ y crecí­ fuimos poco a poco llegando a este. Y ahí­ viene el error de la izquierda abertzale y de su vanguardia armada como les gustaba decir, aunque de facto hayan funcionado como un poder civil sojuzgado al poder militar durate mucho tiempo, y como suelo decir a menudo… los militares vienen a ser lo mismo lleven txapela o gorra de plato. Gracias a su estulticia y a su ceguera y asus brillantes postulados estratégicos sustentados en tácticas perversas, sin que ellos se dieran cuenta, como siempre, llegamos a bascular completamente la balanza del sufrimiento. A fecha de hoy es dificil encontrar en euskalherria alguien que en primera o segunda persona no haya sufrido amenazas, insultos, agresiones personales o materiales  o incluso la muerte. El miedo y una de sus consecuencias, la falta de cariño, ha ido lógicamente basculando también. Y eso no lo han visto o no lo han querido ver.

Polí­ticamente siempre he tenido la ensación de que ETA, más que HB o como se llame, ha estado sobre representada en nuestro colectivo. Alguien que nadie ha elegido ni sabe quien es lanzando sus oráculos y decidiendo nuestras vidas y nuestras muertes, siempre por encima del bien aunque hayan llegado a ser el mal, ajenos al daño que hací­an al paí­s en su conjunto. A los que consideraban enemigos por lo obvio, y a quienes podrí­an compartir el amor por el paí­s pr el descrédito y deslegitimación que su estúpida violencia ha generado. A veces, viendo a la pléyade de etólogos, politólogos y demás demiurgos del demonio, pensaba yo en el mago de hoz, y en la figura casi enclenque que surge del interior del gran icono dirigente. El mago estaba hueco. y es hora de salir del artificio y hablar todos como iguales.

Y ahora que? Pues ahora, emulando a Fray Luis de León, tendremos que decir aquello de… decí­amos ayer… y volver a debatir sobre democracia real, sobre soberaní­a colectiva, sobre respeto mútuo. Poner de nuevo en marcha el juego de mayorí­as y minorí­as, y ponerlo de tal forma que no caigamos en el juego de ninorí­as aplastantes y mayorí­as aplastadas. Pero eso tiene un coste. Desactivado el frente militar evidente, toca ahora desactivar todas las “tropas auxiliares” que unos y otros han ido creando. Ví­ctimas, familiares, tertulianos, bertsolaris y mamporreros varios que han azuzado o han sido azuzados para combatir en uno u otro frente. Adiestrados en el odio y educados para no ser educados sino intransigentes. Convencidos de que ser beligerantes es buscar el desencuentro en vez de conseguir el acuerdo más favorable sin renunciar a seguir construyendo y avanzando en el camino de sus sueños.

Y si de sueños hablamos… hablemos de sueños y dejemos la pesadillas como cosas del ayer. Hoy puede ser un gran dí­a, igual que pudo serlo ayer… pero creo que debemos estar de acuerdo en que nuestro empeño tiene que coincidir al menos en una cosa, hacer cada dí­a que mañana amanezca un gran dí­a.

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