Primeras piedras

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 4 de octubre de 2011

Dicen que dijo Jesús a Pedro aquello de que sobre esta piedra edificaré mi iglesia y mira tú la que se lió. Pues con más modestas previsiones voy a ver yo si edifico mi columna sobre esta piedra. La primera.

Y es que con tanto verdismo estamos casi olvidando que si algo es consustancial a nuestra ciudad es la piedra. La piedra con que se hicieron murallas y catedrales. La piedra sobre la que se apoya la almendra. La piedra hecha arquillos y hasta la piedra hecha primero baldosa y más tarde fosfatina.

A algunos la piedra se les cuela en el zapato, y así­ pues es como muy complicado seguir andando. Mejor descalzarse y vaciar los zapatos. Otros se empeñan en tropezar dos, tres y hasta siete veces si hace falta con lo misma piedra, que curiosamente suele además ser la primera. Pero en cuestión de piedras, de primeras piedras, y volviendo al referente bí­blico, si hay algo que ha cambiado es aquello de que “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Lejos quedan los tiempos en los que eso conseguí­a que todo quedase piedra sobre piedra y que volviesen las manos a los bolsillos.

Ahora es más bien al contrario. El que más pecados tiene es el que más grande coge la piedra. Y no deja de tener su lógica. Puestos a pecar los mejores pecadores suelen ser las peores personas, y es lógico también que no se obtengan buenos resultados cuando se pide al pecador que actúe con honradez. Por eso en esta ciudad, y en las demás posiblemente también, en cuanto te mueves no es ya que no salgas en la foto, es que te dan pedradas hasta en el carnet de identidad ese que tantos sudores, esperas y madrugones te costó renovar.

Sales a la plaza pública, saltas a la arena forrada de parqué, te asomas al plasma o te imprimes en papel y te entra de pronto la misma sensación que al plato o al faisán según se asoma al campo de tiro.

Vayas con buena o mala voluntad, con mejor o peor intención lo mismo da. Se ve que somos más de los que parece los que pasamos una infancia sin poder tirar muñecos en las ferias, y en cuanto algo se nos mueve delante pim pam pum. No es extraño que no abunden los voluntarios. Los prudentes asoman el sombrero y lo retiran lleno de agujeros. Los temerarios acaban en urgencias con la cabeza abierta y los brillantes esconden su brillo con una capa de pintura para que nada los delate.

Visto así­ no está mal eso de ir sembrando musgo en vez de piedra. Lo mismo dejamos de apuntar a todo lo que se menea al comprobar que el musgo no hace el daño que debiera.

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