La radio, el futbol, el canon, la gallina y los huevos de oro

Vaya tí­tulo. Largo y con una primera aparienca de confuso, pero más congurente de lo que parece.

En estos dí­as la aguas radiofónicas bajan agitadas. No es para menos. Iniciada la liga, una parte del negocio acuciada por el desajuste de sus balances ha tomado el camino contrario del que están tomando nuestros timoratos gobiernos frente a los mercados. Donde estos aplican aquello de la reducción del gasto renunciando a incrementar los ingresos a costa de las plusvalí­as que siguen ingresando “los mercados”; aquellos quieren seguir gastando en futbolistas y comidas y se limitan por tanto a buscar fórmulas para incrementar ingresos.  Para ello, y visto lo cierto de aquello de “primero se llevaron a… pero yo no era…” empezaron cobrando a las televisiones de pago, luego a todas, y ahora quieren cobrar a las radios ante el regocijo de la prensa escrita… Que se vayan cogiendo los machos que luego irán a por ellos.

El caso es que mientras unos hablan de negocio cuando se refieren a espectáculo, esto es a notoriedad social, y los otros de derecho a la información cuando en realidad buscan oyentes que vender a sus anunciantes, unos y otros hablan sin querer de uno de los paradigmas de esta nueva economí­a en la que nos hemos metido.

Evaporado el producto entendido como algo tangible y generalmente manufacturado, cuyo valor añadido se sustentaba en su proceso de trasformación y se justificaba en su capacidad de uso, estamos ahora todos dando vueltas a la forma de poner precio al humo. Y es dificil. Tanto hablar de valor añadido y en realidad lo que estamos haciendo es poner precio a todo.

Decaen entonces los derechos a la información y al propio negocio. Como dcen que dijo Napoleón cuando le preguntaron por los tres factores de éxito en la guerra, aquí­, el quid de la cuestión también es triple: dinero, dinero y dinero.

Y es que en cierto modo algunos “agentes cobradores” como pueden ser de forma paradigmática la SGAE, y como son también ahora las ligas profesionales, juegan de forma neglignte con la gallina y corren el riesgo de quedarse sin los huveos de oro que tanto aprcian. Un huevo de oro no es una naranja. Si se intenta exprimir no saca zumo. Se rompe y te deja las manos perdidas, sucias y pegajosas.

Pero lo triste es que algunos agentes pagadores no tienen el valor suficiente para tomar medidas drásticas. No lo tienen porque más que valor tiene precio, y porque el precio lo ponen los anunciantes de los que viven y a los que tiene que dar el número suficiente de oyentes ávidos de Circo y con cada vez menos pan que llevarse a la boca.

Si no la cosa serí­a relativamente sencilla.

¿Que hay que pagar por retransmitir los partidos? Bueno, pues tenemos dos opciones.

Una. Aplicamos la misma lógica y estimamos que hay que cobrar por hablar de los clubes en todos esos programas que nos aburren a diario no una sino hasta tres veces en horarios de mañana tarde y noche con los entrenamientos, los fichajes, las lesiones y hasta los amorí­os de los personajes. Si la retrasmisión no es información, el resto de la información tampoco lo serí­a, serí­a simple y llanamente publicdad. Posiblemente a precio de tarifa euro / minuto no habrí­a liga profesional capaz de soportar ese gasto.

Dos, nos dejamos de profesionales y de manipular sentimientos, y si tanto nos gusta el deporte que las radios se dediquen a hablarnos del deporte aficionado, del infantil, del adaptado, de los equipos femeninos que no sea de gimanasia rí­tmica y hasta incluso de aquel cuyo nombre no empieza por fut ni acaba por bol. Aún dentro de este hay multitud de jóvenes y no tan jóvenes que los fines de semana se dejan las rodillas en campos de arena, de hierba sin cesped, de hierba artificial. Gente que se lava su ropa, y nunca mejor dicho. Lo mismo conseguimos que la gente tenga una visión más amplia del deporte. Lo mismo conseguimos que las parrillas tengan en conjunto menos información deportiva, y se concentren en la más rlevante… socialmente hablando. Lo que fijo que conseguirí­amos es que pasado un tiempo y evaluado el desastre, los que tienen la clara y la yema pegadas en sus manos se lavarí­an lo suficiente como para poder abrir la mano.

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