La cara pintada del festval

Vaya por delante mi enhorabuena a los impulsores del FesTVal, mi reconocimiento a su dedicación, entrega, empeño y perseverancia que ha llevado una iniciativa casi personal a ser a fecha de hoy uno de los eventos que nadie se quiere perder y que todo el mundo reclama haber ayudado a nacer.

Son tantas las lí­neas y los frames que el evento ha generado que yo me voy a permitir dedicar al asunto un par de posts, que no son crí­ticos con el FesTVal, sino con el mundo en el que esto ocurre. Me consta que hay mucho trabajo por detrás y que a veces solo trasciende lo intrascendente, y aún en esto yo voy a hablar de lo que he visto no ya al otro lado de la alfombra, sino incluso ajeno y alejado de ella.

Además, para que nos vamos a engañar, de cuando en vez no viene de más un desahogo de viejete gruñón y desconectado.

El viernes pasado desfilaban por la lafombra toda la plana mayor del grupo EITB, cosa que seguramente les hací­a ilusión, pero para más tarde estaba anunciada la presencia de un tal Mario que según pude informarme es uno de los protagonistas de una serie que me dijeron que se llama el barco.

Estuve yo con mi hija comiendo en un restarurante cercano, y tras la comida, llegados al momento del cigarrito (del mí­o, que la niña no fuma), pues nos quedamos sentados en uan mesita disfrutando del clima que por una vez acompañaba, y es de lo que vimos de lo que pretendo hablar, o escribir, lo mismo da.

Si ya desde primeras horas de la mañana eran notorias las jóvenes sentadas en el suelo, fue después de comer cuando se produjo la avalancha. Por delante de nuestros ojos pasaron toneladas de maquillaje, kilómetros de piernas, litros de colonia, y años escasos. Niñas que han cambiado el ratoncito perez y los reyes magos por amores más increibles y posiblemente menos sanos. Criaturas que han mutado la camiseta de hello kitty y la carpeta de Hannah Montanah o Camps Rock por el vertigo de los tirantes y los hombros al viento.

La cartulina tampoco ha cambiado… aparentemente. Aquellas cartulinas sobre las que los curas nos hací­an realizar preciosos murales sobre el domund, los negritos, la paz y el amor, se usan ahora con similares rotuladores para hablar de otros amores, tan inciertos como aquellos pero mucho más mundanos y carnales.

Uno tiene la impresión de que desengañadas de tanta carta al olentzero piensan estas criaturas que un escote más que generoso, una cara inutilmente pintada, un short shortí­simo, y una sonrisa angelical va a ser suficiente para que cupido haga blanco y su sueño se convierte en firma, beso o lo que sea. El sueño de una vida fácil, la condena a ser sombra de una estrella, la ingénua certeza de llegar a ser lo que nunca nadie ha sido, todo crece en la vorágine de la espera y todo se desvanece tras un segundo o dos para volver a casa con el tesoro de una mirada las más de las veces imaginada.

Uno se pregunta donde están los padres y las madres de estas criaturas, que fue de todo aquello de la educación en valores, que de aquello otro de la liberación femenina, que de la ley de igualdad y hasta de la de dependencia. Uno se plantea que este sistema en el que vivimos debiera estar en la carcel o por lo menos bajo sospecha y vigilancia. Se mire como se mire, uno no puede evitar la sensación de que esta versión tan doméstica del star system es un auténtico pervertido, un corruptor de menores, y en lo que a su propia existencia se refiere un pederasta de mercado.

Ya sé que nada están drámático, aunque puede que una cosa si lo sea… seguir acumulando sobre los hombros de estas niñas más y más desilusiones, más y más frustraciones alimentadas por los sueños imposibles y hasta poco aconsejables qeu nuestra sociedad les vende.

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