Juguetes rotos

Juguetes rotos o “rompidos” que dirí­an los niños que, como en otros muchos, casos aciertan guiados por la intuición. Otor más para la colección. Esta vez ha sido Amy Winehouse. Yo también podrí­a hacer chistes, y es casi seguro que los haré. Desde el que su dí­a se invnetó para Ernesto de Hanover (el de que no lo iban a incinerar sino a flambear), hasta yo que se cual que ahora mismo no se me ocurre pero que seguro que me vendrá a la cabeza.

El caso es que así­ en caliente se me ocurren dos relfexiones.

Una es que siento pena porque en lo que va de siglo, y cierto es que llevamos poco, es una de las pocas voces que me parecí­a realmente interesante. Una de las pocas que estaba hoy en dí­a a la altura de las grandes voces del soul del jazz y de la música en general. Cuando oí­ hablar de lla tomé mis precauciones porque pensé que me iba a encontrar con una gritona al uso, de las que ganana en O.T. y si no ganan es peor porque resulta que son modelos a seguir. Resultó que no. Que me encontré una de esas voces desgarradas y desgarradoras, pero enormemente viva. Una voz triste y emotiva. Una voz con un punto cascada, con un deje de melancolí­a, con un poso de dejadez en si misma. Una voz de todo menos indiferente. Una voz, insisto antigua. De las que se forjan por las noches y se templan con cerveza o algó más. Una voz sufrida para una vida que supongo que no ha sido fácil. Como las de las que uno pensaba que ya no existí­an en este mundo del marketing, de la imagen y de la profesionalidad. Son muchos los que dicen que los grandes artistas son pequeñas y torturadas personas, y que es dificil traspasar la barrera de la habilidad técnica y el dominio formal del instrumento para trasmitir emociones si tu vida misma no es un reguero de catastróficas desdichas y decisiones suicidas o cuando menos no muy saludables. Tengo la impresión de que ella era así­. Y probablemente de que tampoco es que pidiese encontrarse en el mundo en el que le tocó vivir. Mira tu por donde en ese mundo le ha tocado morir.

La segunda es un poco sobre el resto. Sobre cierta hipocresí­a que veo en el entorno y en el contorno y que vinculo a lo anterior. Todos somos muy rebeldes pero vamos cada dí­a a trabajar con nuestro uniforme. Todos somos muy antisistema, pero pagamos nuestros impuestos y bebemos sólo los sábados. Todos nos cuidamos mucho, pero lo hacemos más por miedo que por verguenza. Y cuando sale alguien que rompe los esquemas, en vez de mirarle con cuidado y tratarle con respeto nos reimos más o menos abiertamente de él, con una mezcla de envidia y envidia. Envidia porque tiene más que nosotros, envidia porque lo malgasta como a nosotros nos gustarí­a malgastar lo que no tenemos, y envidia además porque hace lo que le da la gana. Envidia porque se deja reir por todo el mundo desde la indiferencia de quien está donde no le importa demasiado.

Al final todos con el cuore, con la prensa rosa y no tan rosa olvidando la voz y la vida, y centrados en si se maquilla bien o su peinado es el adecuado, o si se le caen los ojos como a todos se nos caen cuando bebemos. Eso sí­, nosotros muy rebeldes y muy peinados, muy juiciosos y muy sabios y hasta dándonoslas de entendidos cuando hablamos de la Joplin y del Morrison a la salida del trabajo sentados en la mesa de una cafeterí­a y viendo a los niños correr en el parque.

Vale, esa es la vida que la mayorí­a hemos elegido, o en todo caso la que nos ha quedado después de no poderla elegir. Pero más allá de nuestras vidas hay otras vidas, las que nos sirven de faro y de guí­a en lo bueno y en lo malo, y esas vidas, no son como las nuestras, para suerte nuestra y desgracia suya generalmente son vidas orientadas a crear que acaban por desgracia siendo mártires de lo que crean.

Que descanse en paz y que nazca otra estrella.

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