El viaje en el tiempo

Etapa 1. Los orí­genes.

Ficha técnica: Mivhael White, clarinete; Gregory Stafford, trompeta y voz; Lucien Barbarin, trombón; Steven Pistorius, piano; Kerry Lewis, Contrabajo; Herman Lebeaux, baterí­a.

Ayer comenzamos con los programas dobles. En realidad, para los que acuden a la tarde al principal, los programas triples. Esta combinación de formaciones en el espacio de Mendizorroza y en el tiempo sucesivo de una noche suele dejar resultados sorprendentes, a veces compensados, a veces complementarios, otras antagónicos y otras indiferentes. La de ayer juntaba el hecho geocultural de la procedencia de los músicos con la realidad humano temporal de la evolución de los usos y costumbres artí­sticos y en este caso musicales. Era en ese sentido algo parecido a un viaje en el tiempo. Una buena combinación.

Comenzamos visitando los orí­genes. Y no sé si es que a ciertas edades uno empieza a mirar atrás con simpatí­a y con cercana curiosidad, o directamente que lo que vimos en esta primera parte merecí­a la pena y mucho. Más creo en lo segundo. Y hablando de orí­genes, no se si será la influencia francesa que habita en el alma de New Orleans, pero si tuviese que elegir una palabra para describir el concierto de White y los suyos elegirí­a sin dudarlo Delicatessen. En el camino se me quedarí­an adjetivos como mesura, cuidado, delicadeza, dominio técnico, cariño por el instrumento, por lo que presenta y representa, modestia, humildad, simpatí­a, humanidad, y mucha elegancia.

No hace falta hacer aspavientos para despertar sentimientos. Eso lo dejaron claro. Es gente que como sin darse importancia miman las notas y las dejan caer con tanto cuidado como precisión. No las tiran sin más ni más.

Uno por uno cada cual tení­a lo suyo. El doctor era un prodigio de técnica y dominio que aplicaba a un tocar hilado que devení­a en emotivo. La voz de Stafford, y su ritmo y forma de cantar evocadora pero singular. El trombón de Barbarí­n sencillamente genial. La baterí­a sólida y sobria, el contrabajo elegante y el piano versátil y funcional, vamos que se pone a tocarnos un pasodoble y no creo que nadie se hubiese sorprendido.

El conjunto sonaba compacto cuando lo tení­a que ser y disgregaba su sonido tras los solos como si fuese una carcasa de fuegos artificiales o un capullo que se abre para volver más tarde a reagruparse.

El repertorio casi didáctico, variado y bien compensado, y por tener de todo hasta el discurso del doctor sonó simpático y hasta tierno. Buena estrategia de ventas para su disco que en los escasos minutos del descanso se quedó agotado. Buen resultado para él que así­ no tendrá que cargar con los discos sobrantes de vuelta a casa.

Etapa 2. Lo que viene

Ficha técnica: Trombone Shorty, trombón, trompeta y voz; Dan Oestreicher, saxo barí­tono; Pete Murano, guitarra; Michael Ballard, bajo; Joey Peebles, baterí­a; Dwayne Williams, percusión.

La sobria y hasta espartana configuración del escenario dejó paso a una más compleja y poblada. El sonido que dejaba que te molestasen los autobuses estacionados junto al polideportivo dejó paso a un sonido mucho más voluminoso. De los trajes pasamos a los vaqueros y de las viejas y tradicionales melodí­as preeléctricas pasamos al imperio de los watios.

Hablando del sonido, no se bien si es que nos fuimos acostumbrando o que los responsables del mismo lo fueron ajustando, pero lo cierto es que de inicio los bajos resultaban excesivamente presentes, lo que unido a la exhuberancia de Peebles, cargando demasiado los platos, lanzaban al polideportivo un sonido empastado que no dejaba disfrutar del conjunto, o al menos de algunas piezas de él.

Trombone Shorty es en sí­ mismo una cosa curiosa. Como trombonista, y después de lo que habí­amos visto, pues para que vamos a engañarnos, me quedo con Barbarin. Como cantante, pues bueno, no es malo. Como director de banda, de lo que ejerció y bastante, me pareció eficaz y preciso, con mando que es lo que tiene que haber. Eso sí­, como trompetista a mi por lo menos me gustó. No puedo decir si es bueno o malo, pero me gustó. Tení­a una técnica perfecta y sus solos fueron hilados, variados y contundentes. Siempre sorprende la cantidad de registros que pueden sacarse de un instrumento con tan pocos botones. Para el recuerdo la nota más larga de trompeta que posiblemente haya visto mendizorroza en sus 35 años de Jazz (bueno, alguno menos porque al principio el jazz sonó en Landazuri).

La gente más joven conectó a tope con el músico, los más maduros con una mezcla de resignación y curiosidad. Lo cierto es que para estos últimos la noche fue de menos a más y para los primeros posiblemente de más a menos, aunque la parte final seguramente les dejó satisfechos. Para comparar lo uno y lo otro valga la forma en que Shorty en la segunda parte del concierto y Barbarí­n en la primera invitaron al público a responder al tan sonado ARi Ari ari ohhh.

Buenos detalles como el diálogo de percusionistas y un curioso final con el intercambio de instrumentos entre los músicos.

En resumidas cuentas un buen dí­a para recordar, revivir, y vivir para seguir recordando unos años más.

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