Hablando solo

(esto en realidad es un ejercicio de prueba que escribí­ ayer para una selección de bloguero, no se si a ellos les gustará a mi me gusta y lo tení­a en mis notas desde hace tiempo, allá va)

La tecnologí­a nos brinda a veces la ocasión de enmascarar la locura. Incluso puede proporcionarnos cierto aura de modernidad tecnológica. Y todo gracias a los nuevos usos que, en esto de la comunicación, nos proporciona.

Cuando era pequeño era un niño normal. Normalmente anormal como todos los niños de mi edad. Con los complejos habituales de estudiar en un colegio de curas, ser el pequeño de la clase, el pequeño de la casa, no valer para el futbol y ser gordito y cabezón en una gris ciudad de provincias. Cuando me fui a estudiar a Madrid tampoco me fue mucho mejor.

Allí­ aprendí­ a hablar solo. Me vení­a bien porque así­ hablaba con alguien, mejoraba mi técnica de conversación y hasta entretení­a y mantení­a vivas y en orden de marcha mis cuerdas vocales. Esto último era muy útil cuando tení­as que pedir algo en un bar o en un restaurante. Con el tiempo incluso descubrí­ que era un modo muy provechoso de perfeccionar idiomas y acostumbrarse a pronunciarlos.

Sólo tení­a un inconveniente. Para hablar solo tenias que estar solo, o cuando menos poco acompañado. Es lo que tiene vivir en un mundo en el que la cordura es más una cuestión formal, o sea de apariencias, que una definición estructural del individuo. Así­ pues, muchas conversaciones quedaban en el alero al percibir que alguien se acercaba por delante o por detrás. Pero además los bochornos que uno experimentaba cuando era pillado en plena faena te tení­an callado uno o varios dí­as.

Al final uno acaba por hablar bajo cuando habla consigo mismo, y en el peor de los casos deja este ejercicio para cuando está en la intimidad del coche, de la casa o encerrado en el casco de la moto.

Y resulta que ahora, cuando uno ya lo tiene dominado empieza a ver locos por doquier. No sólo hablan solos con todo descaro, sino que a veces hasta gesticulan, se paran y hacen aspavientos. No he visto a ninguno abrazarse, pero todo es cuestión de tiempo. Ellos lo hacen porque usan su bluetooth, o cualquier otro pinganillo sea alámbrico o inalámbrico. Yo lo que estoy pensando es que si cuando era joven hubiesen sido estos tiempos me hubiese comprado solo el auricular y hubiese sido feliz en mi soledad.

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