Las entradas

Voy a hablar hoy de las entradas. No de esas que a costa de nuestro pelo agrandan nuestra frente, sino de esos papelitos mejor o peor impresos que al comun de los mortales cuestan un dinero y sirven, como su nombre bien indica, para entrar en los locales donde hay algo que oir o ver por lo que uno es capaz incluso de dar dinero.

Digo el común de los mortales porque, por lo general, y en un signo más de grandeza mal entendida, hay quien o bien se siente inmortal o bien se hace el orejas a la hora del pago. He oido a lo largo de estos años muchas formas de intentar justificar lo injustificable, pero no he visto logralo a nadie. Me refiero a la prebenda que tiene los cargos públicos en lo que se refiere al pago por su asistencia a espectáculos públicos. Y no se trata tan solo de la gratuidad. A menudo también se trata del sitio. Sin hacer colas ni abonar dineros tienen por ejemplo los concejales entradas de las buenas en el futbol, en los toros, en l apelota, en el teatro y hata en el jazz las tuvieron. Claro, que ahí­ protestaron los notables abonados, y de unos años a esta parte les guardan sitio, pero detrás de todos. No era muy presentable cobrar por un abono de primera fila y estar sentado en la cuarta detrás de gente que se pasa todo el concierto levantándse y sentándose.

Pero volviendo al tema de las entradas, el presumible próximo alcalde de Vitoria ha anunciado que se acabaron. Por lo menos en Vitoria – Gasteiz. Y tengo que decir que me parece bien. Ya se que alguno me dirá que alguna vez las he usado, y cierto es. Y por eso mismo, porque las he usado porque alguien me las ha regalado me parece mal.

El poder tiene sí­mbolos y detalles. El poder mal entendido tiene mil resortes para intercambiar favores, acceder a prebendas y repartir esas prebendas entre sus agraciados. Eso genera una confusa y falsa sensación de gratitud en el agraciado. No es el beneficiado el que generosamente comparte. Es la ciudad, lo público quien pone en sus manos ese resorte cuyo único uso real es que o bien le salgan gratis al concejal las aficiones que antes le eran de pago, o bien tenga en sus manos un arma para granjearse afectos y pagar fidelidades. El invitado de segunda generación, henchido de orgullo hará gala de su condición de entrador de confianza, y ganará estatus en su posición de conseguidor. Para unos de nuevos votos y para otros de nuevos favores.

Por eso me parece bien que se acabe. Porque los cargos públicos ya ganan suficiente para costearse sus aficiones. Porque lo que es de todos no puede poder usarse en beneficio de parte.

No se si será demagogia, populismo o el chocolate del loro. Se que no es bastante ni suficiente para empezar a pensar que las cosas pueden hacerse de otro modo. Se que habrá a quien no le parezca bien no ya que opine de este modo sino que lo diga, más que nada porque la iniciativa ha salido de boca de Javier Maroto, alcalde que posiblemente lo será de Vitoria- Gasteiz. Alcalde del PP. Que le vamos a hacer si al final lo hace él. Otros lo pudieron hacer antes y otros lo pueden hacer aún hoy en otras instituciones que gobiernan y que como los señores maduros… también tienen sus entradas. Cosas de la edad y que cunda el ejemplo, lo que no está mal hay que imitarlo.

Leave a Comment

Límite de tiempo se agote. Por favor, recargar el CAPTCHA por favor.