Sentirse cromos

Una de las cosas que están detrás de eso que ha venido en llamarse desafección es la sensación que tiene la ciudadaní­a de ser un cero a la izquierda, de no pintar nada en periodo interelectoral, de contemplar como los electos te dan la espalda, te retiran la mano y se ponen a hablar de lo suyo. Y lo hacen con tanto descaro y naturalidad que uno ya no es que no proteste, es que hasta casi llega asentirse molesto por haberse molestado.

El votante pasa de ser protagonista a ser simplemente cromo. Lejos quedan los discursos que apelan a la importancia del voto. Lejos las llamadas a la participación. La fiesta de la democracia deja las calles llenas de carteles, los cerebros confundidos con mensajes variopintos y los ojos cansados de tanto espectáculo audiovisual.

Los estrategas en comuniciación y los expertos en persuasión dejan paso a los estrategas en negociación, los analistas y los expertos en evaluación de riesgos, de los propios y, lo que suele ser más frecuente y utilizado, de los que a los demás pueden plantear nuestras acciones. Terminado el tiempo de las emociones, los votos dejan de tener rostro y hasta memoria. Són solo el elemento aislado de una suma. Un valor en su conjunto. Un valor numérico.

En el caso que ahora nos ocupa, el de las elecciones locales, la sensación de cromo se eleva a la enésima potencia.

Uno es cromo como integrante de su circunscripción. Es número secundario, de segundo orden, porque el primer número que cuenta, el realmente importante para ellos y de rebote para nosotros es el de las electos afectos a cada partido. El montón sólo sirve para decir que uno es el más votado. Nada más. En base a estos grandes números de electos comienzan los pactos más o menos encubiertos, y aquí­, en el terreno de los pactos para el gobierno de las instituciones locales es donde el papel de cromo del votante se materializa en su máxima expresión. Uno ya no sólo es crmo de su propio territorio, sino que el conjunto de este puede ser cromo para otros.

Uno tiene la sensación de que lo que se negocia no es el beneficio de la institución, sino el del conjunto del partido que negocia. A nadie parece importar lo peculiar de Donosti, de Vitoria – Gasteiz, las sintoní­as o distoní­as de alaveses, bizkainos o gipuzkanos entre sí­ y con el resto. Todos buscan pactos globales que favrezcan sus intereses globales o perjudiquen globalmente al adversario, y con eso consiguen, más allá de la desafección de la que empezábamos hablando, que cada vez más ciudadanos les contemplen, globalmente, como adversarios.

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