El tí­o Patxi

Lo del domingo fue una anécdota, lo de ayer una derrota. Todo lo que la vida te deja arreglar o enmendar puede ser un traspiés, pero nunca una derrota. Cuando la vida te dice que tu tiempo se acabó no queda margen de maniobra. y eso es lo peor. Lo único que se salva de esta debacle es el recuerdo que queda, y no es poco. Sobre todo en casos como estos.

Patxi de Aranzabal y Alberdi es de ese tipo de gente que te demuestra que se puede ser persona a pesar de hacer negocios, que se puede ser humano hasta siendo vitoriano. A mi me queda el disgusto de no haberle conocido más a fondo, o aunque hubiese sido más tiempo creo que me hubiese bastado. Me queda la espinita de esas bodegas pro concer, las de la rioja, las de ribera del duero, pero ya encontraremos ocasión para beberlas.

Desde que hace ya unos años tuve el honor de ser invitado a forma parte de sus comidas anuales, la gente a la que he conocido me ha hecho feliz, y más de una vez me ha reconciliado con la vida. Pronto hará un año que dejó su silla vací­a Antton, y para entonces ya Patxi nos habí­a dado algún susto. De hecho no pudo venir a la primera comida que hicimos sin Antton. La p´roxima, si es que la hay o nos quedan ganas de tenrla, tendremos una silla vací­a más. Una de las alegres, una sonrisa menos que contemplar entre plato y plato. Una risa menos que dejar caer entre bocado y bocado, un blanco menos que sacar en las previas, y una copa menos que servir en la sobre mesa.

Vamos a echar de menos el bastón, la txapela y toda la humanidad que habí­a entre uno y otra.

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