Polí­ticas y guerras

La guerra es una prolongación de la polí­tica, decí­a Clausevitch. Y hay quien lo cree, se lo toma al pie de la letra y termina por olvidarse de la polí­tica. La polí­tica es, o debe ser, la gestión del poder para trasformar la sociedad, si hay que trasformarla, y para equilibrar la pugna entre lo individual y lo colectivo de acuerdo con un ideario. Las estrategias bélicas sirven para alcanzar o mantener el poder. Las estrategias polí­ticas buscan implicar al individuo en retos colectivos hasta conseguir que los asuma como propios.

El polí­tico debe ser, a la manera antigua de entenderlo, un sabio. Como tal ha de saber rodearse de los mejores, y al modo de un director de orquesta conseguir de los mejores solistas un sonido de orquesta. También debe, lógicamente, contar con los mejores generales. Es más, debe, en este caso especialmente, no inmiscuirse demasiado en su operativa, sino concentrarse en sus requerimeintos y necesidades.

Pero a fecha de hoy en demasiadas ocasiones vemos como los polí­ticos se han convertido en militares. Sólo piensan en atacar o defender, en conquistar el poder o en mantenerlo. Son incapaces de entender o han perdido la perspectiva del verdadero destino del poder, y sólo lo usan para combatir por él.

Por eso el polí­tico de hoy se rodea de asesores “militares” y no de sabios. Los sabios no entienden de ganar o perder. Es incluso un debate que a menudo les molesta y al que a menudo molestan ellos, sus principios, sus dudas, sus prejuicios, sus prevenciones y sus vacilaciones. Los sabios preguntan y piensan sobre lo que se debe hacer. Los militares sobre dónde y cómo actuar.

Los asesores piensan en lo conveniente, y según sea su posición de ataque o de defensa buscan el flanco débil y el momento ventajoso para utilizarlo o refuerzan sus fortificaciones y desarrollan estrategias para desgastar al atacante y hacerle desistir de su intención.

Los nuevos polí­ticos piensan a menudo más en la seguridad de su posición que en la forma de gobernarla, y de todos es sabido, y la historia tiene múltiples casos que así­ lo ejemplifican, que no siempre el general victorioso es el gobernante ejemplar, sino más bien lo contrario. Los grandes estrategas de la guerra suelen naufragar en la paz porque a menudo no saben que hacer con ella.

En cierto modo eso es lo que le pasa a nuestro panorama polí­tico actual.

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