Obsolescencia

Publicado en Diario de Noticias de ílava el 29 de marzo de 2011

ME dijo el otro dí­a mi amiga Virtudes que tení­a que escribir algo sobre la obsolescencia, fundamentalmente sobre la programada. Como uno es un mandado, y el asunto tiene su enjundia, pues aquí­ estoy hablando del tema antes de que lo condene al olvido la obsolescencia en versión “palabra inevitable de esta temporada que nadie recordará la que viene”.

Para ubicarnos diré que dejándonos de grandes y oscuras palabras esto de la obsolescencia programada es algo tan sencillo como preocuparte de que lo que vendes funcione correctamente mientras dura la garantí­a pero ni un minuto más. Así­ no queda más remedio que comprar uno nuevo y la casa, igual que la banca, nunca pierde.

Esto que podrí­a sonar tan perverso resulta que en el fondo es más cercano y necesario de lo que parece. Si no se rompe lo que compramos no compramos más, si no compramos más no lo fabricamos, si no lo fabricamos no tenemos trabajo y si no tenemos trabajo no tenemos dinero, y entonces no podemos comprar y si no compramos no hay beneficio y ¡hasta ahí­ podí­amos llegar! Pase todo lo demás, pero que no haya beneficio es intolerable.

Como decí­a, esto de la obsolescencia es, además de necesario, cercano. Nosotros mismos somos un ejemplo. Nacemos programados para estropearnos y nos estropeamos hasta que dejamos de funcionar.

A nuestros cargos públicos les pasa lo mismo. Les elegimos para que dejen de funcionar a los cuatro años. Y eso en el caso de que lleguen a funcionar, que de todo hay. Así­ pues no es de extrañar que los proyectos en los que se embarcan y nos embarcan nazcan, al hilo de los tiempos, con su obsolescencia programada.

Lo mismo da que sea un gran proyecto que uno más pequeño. Como los rí­os de los que hablaba Manrique van todos a la mar, que es el morir. Y el mar del que aquí­ hablamos es el olvido. Como en su dí­a dijimos, una vez que se han ido sólo quedan páginas impresas que el tiempo borrará (recordemos la obsolescencia aplicada a la tinta y el papel), cortes de voz almacenados en algún soporte que también se destruirá, y una maqueta que, como es una antigualla durará siempre.

Hasta esta humilde columna nace para morir mañana, pasado si acaso. Sólo yo me tengo que encargar de recordarla para no repetirla aunque, visto lo visto, también podrí­a aplicar la obsolescencia programada y repetirla de aquí­ a un año. Salvo algún memoriado impertinente y desfasado los más de los mortales fijo que ni nos dábamos cuenta presos como estamos en retrasar nuestra inevitable obsolescencia.

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