Reflexiones filopolí­ticas al hilo de una charla (2)

Terminado el orden comienza el desconcierto. Voy a intentar desarrollar algunos de los temas que han ido emergiendo de mi cabeza gracias a las burbujas de Rubí­ tanto de las leidas como de las oidas. Prometo no prometer más que la posibilidad de acompañarme por un camino trufado de minas en forma de preguntas. Esto, así­ para entendernos no es el fruto de un trabajo meticuloso. Son más bien notas al vuelo, reflexión en caliente que puede que al enfriarse me de ocasión de algo más estructurado. De momento trazaremos bocetos. Ya tendremos tiempo de montar el cuadro.

¿Está justificada la desconfianza?

De lo que voy leyendo en los artí­culos del libro filopolí­tica y recordando de su persentación con o sin la ayuda de mis notas percibo el dibujo de dos desconfianzas. Una es central, troncal, y ya volveremos sobre ella. Es la desconfianza que subyace en la desafección que crece sin que nadie haga nada por evitarlo entre los polí­ticos profesionales y los aficionados, o sea nosotros todos. Es tal la desafección que los polí­ticos aficionados, los amateurs, llegan incluso a renegar de su condición de serlo. De esa desconfianza he oido y he leido.

La otra desconfianza, de la que hoy escribo y estos dí­as he leido, es la que Rubí­ descubre en la relación de los polí­ticos con el mundo de las emociones, las palabras, la espiritualidad y sobre todo con las nuevas apuestas y el impulso innovador que incorporan los nuevos tiempos y pueden faciltar las nuevas tecnologí­as de comunicación y los horizontes que aportan. En definitiva, con la filopolí­tica de la que nos habla. Y esa desconfianza de los polí­ticos profesionales se produce a su juicio en mayor medida en los que aspiran al cambio y la trasformación social. En los polí­ticos progresistas, en los de izquierdas que dirí­amos los “clasicos”.

“la polí­tica progresista sigue prisionera de batantes tópicos y prejuicios hacia la espiritualidad (en su amplia pluralidad) ya que considera que el desarrollo de la vida interior de las personas es una dimensión refractaria a la ideologí­a o al pensamiento polí­tico”

“Hasta ahora, la izquierda se ha movido con un reduccionismo simplista considerando lo espiritual como un fenómemo meramente religioso.”

“la polí­tica progresista instalada entre la vanidad ideológica y la prepotencia programática […] obsesionados en tener la razón, en el argumento decisivo o la propuesta incomparable […] no comprenden como siendo “mejores ” y teniendo propuestas más “sociales”, los electores no se rinden a su oferta”

“la izquierda, atrapada por la gestión del presente y olvidando la historia, ha perdido el discurso del futuro”

Podrí­a incluir más citas del libro con apelaciones a las izquierdas para recuperar el discurso. Pero no harí­an sino incrementar esa caracterización de la izquierda como desconfiada ante estos cambiso que se le proponen. Pero como decí­amos al inicio de estas lí­neas… ¿está justificada esta desconfianza?

Rubí­ nos habla de rearme moral y ético basado en la recuperación de los clásicos. Nos habla de la vuelta a la sabidurí­a basada en la filosofí­a como único camino para volver de la flexión del momento a la reflexión en el tiempo. Nos habla, tal como lo veo, de la recuperación de la cultura humanista como eje central del conocimeinto más allá y por encima del dominio de la técnica, de la tecnologí­a o incluso de las ciencias sociales deshumanizadas. Nos habla de volver a priorizar los por qués y para qués frente a los cómos o con qués. Nos provoca la tentación de recuperar el placer de pensar y experimentar la sensación de que no actuar no es sinónimo de no hacer nada sino de intentar saber que hacer.

Y el caso es que uno se para a pensar en las izquierdas y las ve relacionadas con las letras y las artes. Desde el joven barbudo colgado de sus libros o sus libros de él hasta el escritor eternamente rebelde lanzando sus mensajes al frente de su biblioteca. Uno piensa en gente de izquierdas como gentes leidas, hasta incluso aburridamente leidas. Así­ que releer a los clásicos en general no parece que sea sufiente para romper el bucle, puede que la cosa esté en la selección, en el aprovechamiento o en la lectura prejuiciada. Puede simplemente que tengamos que seguir buscando los motivos de esa desconfianza.

Cuando uno analiza el panoramama polí­tico actual se da cuenta de que todos son más o menos conscientes de que algo tienen que hacer. Y convencidos como están de lo suyo los unos y los otros, siempre acaban dejándose convencer o convenciéndose ellos mismos de que el problema no es de fondo sino de forma. Es lo que estamos cansados de oir como respuesta a una pésima encuesta: tenemos un evidente problema de comunicación. Y entonces aplicamos la solución que el mercado nos ha enseñado. Buscamos lo mejor y lo compramos. Acudimos al zoco de asesores y expertos y contratamos a los mejores. ¿Todos? no, claro. Generalmente son los conservadores, se llamen de izquierdas o de derechas,  los grandes partidos asentados en, por y para el sistema los que disponen de los tres elementos que Napoleón veí­a inprescindibles para ganar una guerra: dinero, dinero y dinero. Las fuerzas progresistas, a menudo minoritarias, disponen de más imaginación que recursos, de más ganas que medios, de más ilusión que dinero, y claro está, en esas condiciones y en terreno enemigo no hay quien gane una guerra.

Somos a menudo los que nos dedicamos a estas cosas los que justificamos esa desconfianza de las izquierdas transformadoras. Los cambios que percibimos, las tácticas que controlamos y hasta las estrategias que diseñamos sucumben a las leyes del mercado y terminan por asentar con fuerza creciente aquello contra lo que luchamos.

Valga un ejemplo de esta paradoja. Si repasamos las citas que incluí­a al inicio del texto, y las contrastamos con la composición del aforo de la presentación del libro en Vitoria, como gentes de izquierda no se si debieramos mostrarnos desconfiados, pero prudentes cuando menos debiéramos serlo. Así­ de memoria, diré que vi a un parlamentario vasco, al candidato a diputado general y al menos a un concejal del partido popular. Tienen buen maestro, también presente, y sabe hacer su trabajo, salta a la vista. Pero el hecho cierto es que por ignorancia o desconfianza del resto se puede decir que polí­ticamente copaban el acto. Un acto orientado a enseñarnos como vencerlos.

Y es legí­timo, claro que si y por supuesto. Pero eso me lleva a considerar otro de los motivos de desconfianza. El modelo no siempre es trasportable, no siempre utilizable. A veces es precisamente el modelo el que estorba, a veces es la metáfora la que se introduce en nuestro relato y lo trasforma. A veces hay que ser más fuerte de lo que parece para que el disfraz no te devore. Aa veces hay que convencerse que lo que para otro es técnica para ti es mensaje. A veces es importante saber donde acaba la eficiencia comunicactiva, la sinceridad emotiva, y donde empieza el marketing y la telegenia 2.0. Parafraseando a Klausewitz, en los tiempos en los que vivimos, y con excepciones como libia, irak y otras, la prolongación de la polí­tica no es la guerra, sino el marketing en la versión .0 que sea.

Por eso la desconfianza es razonable y debe mantenerse alerta, pero como la duda en Descartes, esto debe hacerse para avanzar sólidamente, no para consolarse mientras los demás escapan. Y al modo del espiritu que movió a los ilustrados llevarnos a plantearnos incluso los modelos. Sapere aude! y para eso hay que ser tan valiente como sabio, tan audaz como prudente, y separando el polvo de la paja, descubrir lo que es un simple cambio de pose, lo que es adoptar la del contrario y lo que es, simple y llanamente recuperar la propia esencia de la comunicación humana, la capacidad de trasladar y compartir emociones y conceptos.

Dudar, desconfiar, preguntar y no seguir dormidos en laureles himnos y banderas. Pero también reir y contagiar el deseo de ser feliz como algo tan posible como necesario. Ser capaces de mirar a los ojos de la gente e intercambiarse la energí­a que nos hace vivir y que nos mueve a intentar hacerlo mejor y de forma más justa.

“Instalados en el corazón y las emociones de las personas podremos pedirles la atención mí­nima para nuestras propuestas. No hay otro camino para el desafí­o de las idea”

No todo está perdido, es más, tenemos todo por empezar, y eso siempre deja mucho terreno donde soñar.

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