Me gusta el futbol

Pero aunque sea domingo no voy a hablar de futbol. Ni siquiera del triunfo agónicamente merecido del glorioso que nos pone a punto de salirnos de la tabla por arriba. Ni de los tres goles de Mesi, ni de la tristeza que por varias razones nos ha producido a muchos el resultado de la real.

Voy a hablar más bien de las notas que tomé el otro dí­a cuando vi algunas imágenes y leí­ algunas crónicas del episodio parlamentario en el que intervinieron el señor Ares, en su calidad de responsable del departamento de interior del Gobierno Vascongado, y el señor Basabe, parlamentario en representación de Aralar y uno de los que tuvo ocasion de comprobar como actúan nuestras fuerzas antidisturbios cuando, en su opinión, hay disturbios.

El caso es que unos y otros decí­an bellas palabras. El consejero hablaba de orden público, el parlamentario de libertad de expresión y manifestación. El uno calificaba la acutación de proporcionada y comedida, el otro de abuso de autoridad o algo así­. El Consejero defendí­a la corrección de sus agentes, y recordaba al agredido que, además de agredido, era presunto, ya que sobre él pesaba una denuncia por resistencia, desacato o que sé yo de esas cosas con las que los agentes rematan su peculiar manera de entender el diálogo, digo el monólogo, porque habitualmente no son gente dada a escuchar.

No voy a entrar al meollo de la cuestión, o tal vez si. Quiero decir que para lo que pretendo decir me da igual por qué fuese la protesta y si hubo incidentes o no. En ese sentido no voy al meollo. Pero quiero decir también que a lo que voy es a la calidad del trato con que los agentes acostumbran relacionarse con sus defendidos en determinadas situaciones, y en ese aspecto voy al meollo de la cuestión, el trato que dan y a la manera en la que sus mandos los defienden. Muchos de los que lo hemos vivido conocemos el mecanismo y sabemos del proceso. Un señor con txapela, gorra o casco interviene según su criterio con una falta de educación evidente, que no niego que de cuando en vez sea necesaria. El caso es que su capacidad de discriminar quien representa una amenaza para su integridad fí­sica y quien lo representa para su esquema mental se ve generalmente limitada, y al que se limita a hablarle y argumentarle le trata del mismo o peor modo que al que le amenaza con una barra de hierro, una silla o un tirabique. El resultado es que te vas a reconvenir una actuación, para lo cual tienes democráticamente todo el derecho del mundo, a un funcionario cuyo trabajo es precisamente protegerte y cuidar por tu seguridad e integridad y el tí­o te llama de todo, rompe las más minimas barreras de la educación y se ve con el derecho y la autoridad de zarandearte, empujarte y si se tercia incluso darte un par de hostias, y no contento con todo ello, todaví­a eleva el recochineo y te planta una denuncia por desacato o resistencia. Se ve que no entiende la diferencia que hay entre opinar, expresarse, adorar o no rechistar. Sabe además que cuenta con el apoyo incondicional de su gremio y de sus jefes también, y que al que se le ocurra rechistar o es un rojo, o un etarra o un delincuente antisocial.

Pero como decí­a en el tí­tulo, me gusta el futbol. Y en este como en otros casos los jueces debieran hacer como los comentaristas del futbol, coger el video y darle a la moviola. Lo he visto yo, y lo hemos visto todos, y en el caso de la jugada de la que hablamos, la de Basabe vs tí­o con casco rojo, no parece muy complicado el veredicto… no hay penalti, no hay agresión, y la única mano que hay es la del del casco rojo cuando empuja una y otra vez al desacatante.  Cabrí­a pues decir aquello de… baje de la tribuna, señor ares, y mire el ví­deo. Llame al de rojo y expliquelé que esto es como en las pelí­culas y en los video juegos, que antes de pegar un tiro hay que saber si el destinatario es un malvado o un ciudadano, que a las palabras se responde con palabras, y que en muchas situaciones humanas he visto a gente liarse a hostias por empujones más tontos que los que el agente dio al manifestante. Lo que pasa es que, como en el futbol, hay jugadas que las ve todo el mundo menos el árbitro.

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