Barrios con vida

Tenemos los humanos cierta tendencia antropocéntrica cuando escrutamos la realidad. No sé si debida o indebidamente atribuimos rasgos y comportamientos humanos a diferentes realidades complejas a las que dotamos de una entidad como indiví­duos, y en esa clave interpretamos sus comportamientos, su evolución y hasta sus caracterí­sticas. Cuando tratamos de colectividades humanas el proceso es aún más habitual. A menudo porque observamos que esa entidad superior que se compone de la suma de individuos tiene un a modo de vida propia que no siempre coincide plenamente con la de todos y cada uno de los individuos que la integran.

Los barrios de nuestras ciudades son uno de esos casos. Decimos de un barrio que está vivo o muerto sin que nos haga falta pararnos a pensar en la vida o muerte de sus habitantes, que pueden, por otra parte estar plenamente vivos y vivir parte de su vida en otra parte. Los barrios, nacen, crecen, envejecen y mueren o renacen. Podemos pues tratarlos y pensarlos como quien hace proyectos para un descendiente, planes con unos amigos o busca la mejor atención para sus mayores.

Los barrios, como las personas, nacen con mejor o peor salud. Con taras o sin taras. En cuna alta, en casa de clase media o en seno de familias sin recursos. En todo caso, cuando nacen son débiles y necesitan de todo. Hay que alimentarles, vestirles y mimarles. Hay que hacer de ellos ciudadanos libres, con capacidad de análisis y con el aprendizaje necesario para ser autosuficientes. Eso sí­, enseñándoles que no es bueno aislarse, que es mejor ser solidarios y cooperativos, y ayudar a sus hermanos y compartir lo que tienen, y hasta no querer tenerlo todo de ellos y para ellos. Aprender a compartir y a colaborar. A potenciar las cualidades de cara uno para entre todos funcionar lo mejor posible sin desperdiciar esfuerzos ni recursos.

De esta preparación y estos cuidados dependerá la forma en que los barrios vivirán su vida. Y lo harán formando a su vez un individuo más grande aúnque ellos, la ciudad, en cuyo cuerpo se moverán sus indiví­duos, y hasta podemos pensar que la ciudad, conjunto de barrios que son conjuntos de ciudadanos, no es sino una célula más de un mundo más complejo, nuestra sociedad. Pero volviendo a nuestro barrio y a nuestra analogí­a, en su edad adulta podrá ser un barrio egoista y embrutecido, un barrio que sólo piensa en el trabajo, o uno que sólo piensa en ir de fiesta. Puede que sea un barrio glotón, puede que se asee o puede que sea descuidado. Puede que estudie o puede que no. Puede que aprenda y mejore con los años o puede quedarse estancado. Puede que aplique lo aprendido a lo largo de su vida, aproveche o construya sus oportunidades, piense en los demás y haga en definitiva todas esas cosas que hagan que como barrio sea lo que como indiví­duo llamarí­amos “una buena persona”.

De todo ello dependerá la salud con la que llegue a viejo. Entonces aparecerán los achaques. Entonces se verá si vivió al dí­a o tuvo una visión de futuro. Entonces se agradecerá el haberse cuidado. Hasta a la hora de contar con cuidados se notarán los años pasados; y en el número y cariño de las visitas; y en la atención que reciba de quienes le cuidan.

Podrá entonces superar achaques y recaidas, y alargar su vida sin arrastrarla, con buena calidad de vida. Y disfrutar de lo vivido, y aportar su experiencia y agotarse como se agotan las vidas, con sosiego y con ilusión y ganas de vivir hasta el último dí­a. Puede que hasta ocurra el milagro y el barrio comience una nueva vida reencarnándose en si mismo. Será entonces otro siendo el mismo y recorrerá su nueva vida como su ancestro recorrió la suya.

Pero a veces llega lo peor. Y los barrios mueren sin remedio. Es entonces momento de aplicar cuidados paliativos, de no dejarlos sólos, de evitar que sufran innecesariamente, de evitar alargar con padecer lo inaplazable. Es el momento del homenaje y el recuerdo, de asegurar que su existencia no ha sido en vano y aplicarse con mimo, dedicación y cariño al cuidado de otros barrios que acaban de nacer.

En fin, que da gusto pensar en que hasta el ladrillo tiene su lado humano.

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