He leido hoy una columna en Público, más concretamente la de Isaac Rosa que se titula “Teclea, a ver que dice google de ti“. Me ha llamado la atención y me ha producido reflexiones contrapuestas.
Tiene razón el autor en lo de la maledicencia. La red funciona como una perversa caja de resonancia de lo bueno y de lo malo. Lo cierto es que se copia más de lo que se escribe, y que la diversidad, siendo grande, incluso enorme, se ve eclipsada, asfixiada y a veces incluso anulada por la multiplicidad de fuentes “intoxicadas” o equivalentes. Uno busca información sobre un pueblo y para cuando da con un sitio auténtico se topa con cientos, o aunque fueran decenas ya serían demasiados, de sitios de esos tipo franquicias que te dan presuntamente información local cuando en realidad no hacen sino buscar y replicarse las unas a las otras. Con las noticias pasa algo similar. Para cuando se encuentra un contraste se tiene que saltar por encima de muchas repeticiones del mismo teletipo, aunque ahora sea un xml o un email.
Desde este punto de vista uno tendría derecho a cuestionar lo que google dice de uno, pero aún así, tengo la impresión de que estaríamos una vez más en la cuestión del mensajero o en la del dedo que señala a la luna, depende de lo poético que se encuentre usted.
A mi lo que me da la impresión es que a veces lo que resulta ingrato de google es lo que podríamos llamar la socialización del espionaje. Espiar, como bien dice Isaac es algo que hacemos todos. Es algo natural y no necesariamente malo mientras no sea intrusivo, mientras no sea cegato o ingénuo, mientras no esté orientado al ataque sino a la defensa. Saber quién cuida a nuestros hijos, quién es nuestro socio o a quién vamos a dedicar nuestros cariños no tiene por qué ser malo. Además, en muchos casos, posiblemente en la mayoría se trata de información pública o publicada, por lo que google lo único que hace es ahorrarnos horas de rastreos en archivos, hemerotecas  y registros varios.
Podríamos decir incluso, parafraseando a Quincey, que google nos introduce en el espionaje “entendido como una de las bellas artes”. Donde antes hacía falta controlar un aparato de inteligencia del estado o manejar los fondos suficientes para detectives, documentalistas o archiveros ahora basta el teclado y unas ciertas nociones sobre estrategias y mecánicas de búsqueda y filtrado de la información.
Borrar registros es querer borrar parte del pasado, y el pasado, como bien nos muestra en numerosos ejemplos la literatura y hasta la propia vida, casi siempre vuelve. Casi siempre además vuelve cuando menos falta hace. Eso sí, en lo que respecta a las mentiras y los infundios, también en ello tiene una ventaja esto de las nuevas tecnologías. Puede hacer más fácil que antes determinar de donde nacen los infundios.
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