Sostenibilidad, polí­tica y participación.

Es curioso ver como a veces no es dificil entremezclar conceptos. Veamos. Tomemos tres de ellos elegidos al azar: sostenibilidad, polí­tica y participación ciudadana.

La sostenibilidad aplicada a la actividad humana no deja de ser una manera de apostar por el consumo razonable de recursos. Entiéndase por razonable aquel que responde a necesidades necesarias y que se hace de la forma más ajustada posible a éstas para evitar el derroche y el despilfarro, buscando que, con el mí­nimo impacto posible sobre el entorno en el que vivimos nosotros, todos, y que es el mismo en el que vivirán nuestros descendientes, todos, seamos capaces sacar adelante nuestras vidas. Visto desde ese punto de vista, una de las máximas de la sostenibilidad serí­a aquella de: si no vale para nada no lo hagas y no gastes nada; si vale más bien poco gasta poco, si es conveniente gasta con mesura y si es necesario gasta lo estrí­ctamente conveniente.

La pólí­tica es una actividad humana y como tal genera unos gastos. Gastos en recursos humanos: asesores, secretarios, ideólogos, representantes, funcionarios, etc.; gastos en recursos materiales: papel, teléfono, tinta, soportes digitales, anchos de banda, estrechos de miras y que se yó, hasta cafés; y finalmente gastos en energí­as vitales. Sabido es que nuestro cerebro consume gran parte de la energí­a que quema nuestro cuerpo, por lo que pensar es una actividad que provoca un enorme gasto. Por otra parte no debe olvidarse que la opinión pública, avalada generalmente por hechos, circunstancias y conocimientos, tiene la impresión de que los polí­ticos no gastan nada de lo anterior y sin embargo salen muy caros.

Tenemos finalmente la participación, que es una forma de intentar corregir los sistemas de representación que tienen la inevitable tendencia a trasmutarse en simples y llanos sistemas de delegación. La participación supone activar los cauces necesarios para que, con independencia de lo que pueda hacer uno en apenas un instante votando a dios sabe quién, (una mala tarde la tiene cualquiera que dirí­a el chiquito) pueda en cada caso opinar sobre lo que los representantes electos pretenden hacer en su representación, e incluso aspirar a que esa opinión sea algo más que un recurso estético o una luz de navidad, vamos, que valga para algo.

Tenemos que, la cada vez más habitual costumbre de arrojar en lote las enmiendas todas de los que no participan en los grandes acuerdos, lease presupuestos y cosas de esas, es polí­ticamente insostenible y supone una clara trasgresión del sistema de participación. Yo no digo ya las enmiendas a la totalidad, pero me extraña que entre todo el montón de enmiendas a las que se dice que no por la firma que las suscribe y no por su contenido no haya nada aprovechable que haga que, honestamente, el resultado del conjunto sea mejor. No debieran unos ni otros condenarlas al olvido por generalización. Si la polí­tica es el arte de la buena gestión de lo público hacerlo no es una buena decisión. Una decisión que es además insostenible, que genera resí­duos considerables y que ocasiona un gran gasto en recursos y esfuerzos, y todo para nada. Así­, que, aplicando el principio uno de la sostenibilidad, si no vale para nada no lo hagas. Claro que entonces no deberí­amos echarles en cara a los polí­ticos su inactividad, sino reprochárselo a quienes hacen que sea soteniblemente inevitable. Además, ante este tipo de conductas, uno se plantea con qué animos va a embarcarse en proceso de participación alguno si entre ellos mismos se ignoran, si a los de su misma casta aunque diferente partido los condenan al olvido. ¿Qué será entonces de nosotros, simples mortales, si no coincidimos con ellos? De nosotros no sé, pero de nuestras opiniones no lo dudo. Luego eso sí­, llegarán las elecciones o se abrirán procesos de participación ciudadana y habrá legión que decida apostar por una polí­tica sostenible y quedarse en casa, porque como ya hemos dicho, lo que no vale para nada no se hace. Claro que, visto lo visto y puestos a gastar en algo que valga para algo y que además sea necesario, puede que algo parecido a una revolución empiece a ser conveniente.

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