Es difí­cil correr con los pantalones bajados

Realmente, cuando veo a nuestros dirigentes polí­ticos, a los económicos, a los sindicales e incluso a los de opinión hablar sobre  lo que los estados ofrecen y ofrecerán, lo que los mercados dicen demandar, lo que los sindicatos pretenden protestar y lo que los lí­deres de opinión intentan hacernos opinar no puedo menos que llegar a la conclusión de que es realmente muy difí­cil correr con los pantalones bajados.

Sirve esto tanto para el que persigue como para el que huye, y lo ilustraré con dos humorí­sticos ejemplos.

Cuando sufrimos el primer embate de la crisis y mientras los bancos en particular y el mundo financiero en general callaban y poní­an carita de corderos y mano de egipcio, todos los polí­ticos, sindicatos y opinadores coincidí­an en que habí­a que perseguir a los culpables y reformar el sistema. Pero mientras tanto, los tiernos ojos del cordero consiguieron que nos bajásemos los pantalones, y claro, cuando echamos a correr tras él nos pegamos un batacazo de morros contra el suelo. Es como el chiste de las dos monjitas a las que sorprenden dos leñadores hambrientos de sexo en medio del bosque. Cuando los leñadores echan a correr tras ellas se separan formando sendas parejas de perseguidor y perseguida. Al cabo de un tiempo se encuentran las dos monjitas. Le confiesa una que el leñador le atrapó y que le hizo pasar toda una penitencia, y entonces la otra le dice, a pues a mi ni me tocó. ¿y cómo lo hiciste? Fue muy fácil. Me levanté las faldas, él se bajó los pantalones y en esa situación era evidente que podí­a correr mucho más que él.

En el otro sí­mil humorí­stico, también relacionado con los pantalones y curiosamente con la madre del cordero, lease la oveja, nos enseña el banquero como es posible triunfar aún con los pantalones bajados siempre y cuando lo que esté delante sea una oveja y no un mastí­n. Contaba mi difunto tí­o Madi que el origen de la expresión “ponerse las botas” en su acepción sexual tení­a evidentemente un origen pastoril. En ocasiones, el pastor, incitado por las lascivas miradas de la oveja, y animado por las largas temporadas de soledad en los pastos, decidí­a por fin dar rienda suelta a sus deseos. Acercándose por detrás bajaba sus pantalones y, claro, la oveja presa de un último impulso de pudor huí­a sin que el pastor pudiera alcanzarla en esa tesitura textil. Así­ pues aprendió el pastor y decidió, antes de bajarse los pantalones, calzarse las altas y grandes botas de goma, en las que hábil y taimadamente introducir las patas de la oveja que quedaba así­ inmovilizada mientras el pastor bajaba sus pantalones y algo más y la oveja no tení­a forma  de defender su castidad en el último momento.

Pues eso, que bajarse los pantalones nunca ha sido forma sensata de atacar o defenderse, salvo que, tomadas las precacuciones necesarias pueda uno convertirse de oveja en pastor, o pueda convertir al financiero en oveja.

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