¡Quiquiriquí­! o El canto del gallo Beneventano. Melville, Herman

Tí­tulo: ¡Quiquiriquí­! o El canto del noble gallo Beneventano
Autor: Melville, Herman
Origen: U.S.A., 1853.
Edición: José J. de Olañeta Editor, Palma, 2010
ISBN: 978-84-9716-691-1
Adquisición: Lo compré en Elkar en noviembre de 2010
Terminado de leer el 1 de diciembre de 2010
Mi referencia : 00063-A
Comentario: Creo que ya comenté en su dí­a el cariño pr los libros que trasmiten las ediciones de este editor. En este caso además, son auténticos libros de bolsillo, tanto por el formato como por el contenido. Me recuerdan a mi a colecciones como aquella que empezó con libros a cien pesetas de Alianza, o con otra de Mondadori dedicada a la poesí­a. Esta, cuidada en cuanto al formato, el papel, la portada y la letra, es además una curiosa colección de textos no demasiado conocidos de grandes autores. En esta ocasión, puede que el nombre nos diga poco. Reconozco a veces mis lagunas literarias, y esta es una de ellas que, en la esperanza de hacer cierto aquello del consuelo de tontos, comparto. Herman Melville es el autor de un tí­tulo como Mobby Dick, una de esas obras de las que gracias a versiones reducidas, comics, pelí­culas y demás productos derivados, hablamos más de los que realmente la han leido.

Pero centrándonos en el relato que nos ocupa, y a pesar de lo que avanza la entradilla, me he encontrado con un relato bien escrito, con una prosa esquisita, en ocasiones cercana a la lí­rica más que a la narrativa pero sin lirismos excesivos. Puede en gran medida que parte de la culpa pueda atribuirse a su traducto, Eseteve Serra. Quiero dejar claro, en relación con lo anterior, que no es un ejercicio literario, sino una narración eficaz sólo que, a mi modo de ver muy bien escrita. Me ha sorprendido la ironí­a y hasta el sentido del humor de su autor, del mismo modo que, a pesar de lo lejano de su nacimiento, más de ciento cincuenta años, por el tono y hasta por el mensaje me ha parecido sorpresivamente contemporánea.

Es por otro lado una historia bonita dentro de la tragedia, con muchos de los ingredientes de un cuento, de un buen cuento con final feliz según como lo mires, porque en los buenos cuentos las tragedias son en defnitiva finales felices. Es por otra parte lo suficientemente abierto en su desarrollo como para que cada cual extraiga su moraleja, eso sí­, después de haber pasado por estimulantes pasajes, como el que se dedica a la responsabilidad de las máquinas y el progreso en los accidentes y a su diatriba contra los ferroviarios, o como las escaramuzas del protagonista con sus acreedores. Un tipo curioso, el protagonista, un tipo del que nunca se tiene muy claro si es un bohemio o un cí­nico o ambas cosas a la vez. Un tipo en definitiva que termina por mostrase como es, un hombre en el amplio sentido de la palabra. Valga como ejemplo estas reflexiones al hilo de la recepción de una notificación de procesamiento por deudas impagadas:

¡Mundo cruel! Heme aquí­, un tipo tan bueno como el que más, hospitalario, cordial, generoso en exceso; y las Parcas prohiben que posea la fortuna con la que mi liberalidad bendecirí­a a la comarca. ¡Es más, mientras muchos cascarrabias tacaños nadan en un oro inútil, a mí­, corazón lleno de nobleza, me notifican procesos civiles!

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