Pastillas contra el dolor ajeno

A veces las desgracias, que como todo el mundo sabe nunca viajan solas, elijen su compañí­as mal para ellas y bien para nosotros, los eternos sufridores. Algo de este me pasó con la reciente muerte de Berlanga. Una desgracia, si por cierto, pero una desgracia gracias a la cual, almenos yo, tuve ocasión de conocer la inicaitiva a la que hoy voy a dedicar estas lí­neas. La iniciativa de médicos sin fronteras que se ha puesto de largo bajo el eslogan de campaña Pastillas contra el dolor ajeno. (http://www.pastillascontraeldolorajeno.com/). Fue a cuenta del spot que el propio Berlanga protagonizaba, que me llego al lama, y fue por lo siguiente que me fui informando que me llegó al corazón.

Bajé a la farmacia del pueblo donde vivo, La Puebla de Arganzón y no las tení­an, pero nuestra querida boticaria (ya se que es licenciada en farmacia, pero como es un pueblo le llamaremos boticaria, que es más propio) no las tení­a. Se excusó diciendo que no sabí­a si se venderí­an en el pueblo y llegamos a un compromiso, yo le hago la campaña a nivel local y ella las trae. Bueno eso, y le hago también campaña para comprar unos boletos para una rifa que pretende obtener fondos para un médico de la zona que parte a lejanas tierras con un objetivo similar, socializar la salud y evitar que las diferencias de nivel de vida se conviertan, como ocurre, en diferentes niveles de muerte.

El caso es que en cuanto llegué a Vitoria Gasteiz y mientras me encaminaba hacia el hotel Boulevard para participar como semanalmente hago en la tertulia que dirige el amigo Joseba Cabezas en su programa El cantón de gasteiz de onda vasca vi una farmacia abierta y me dispuse a bordar el segundo intento. Esta vez no tuve dudas, allí­ estaba el expositor, y tras él la simpática dependienta a la que tuve el valor de pedri sin sonrojarme en exceso “Pastillas contra el dolor ajeno, por favor”. Su sonrisa de solidaria complicidad me llegó al alma con una ingenuidad que no pude evitar comparara a la sonrisa no exenta de malicia que uno siempre espera descubrir cuando pide determiandas cosas en las farmacias.

El caso es que me hizo sentirme bien, a gusto con el mundo y conmigo mismo y todo al precio de un euro. Seis pastillas seis, de eucalipto o de mentol, no lo sé, que como bien indica su prospecto aliviarán el dolor que me causa el mal ajeno, y aliviarán también a los enfermos de seis enfermedades olvidadas por nosotros pero vividas, o moridas según el caso, por miles y miles de nuestros vecinos de planeta a quienes van destinados los fondos que se recauden.

Yo seguiré comprando pastillas y animando a los demás a que lo hagan. Lo haré porque me gusta la campaña en fondo y forma. El fondo ya lo he explicado, y la forma es sencillamente brillante a fuerza de ingeniosa. Es todo un ejemplo de metáfora, sólo que al contrario de lo que hoy publica Eco en público (Piratas y mercado financiero), es una metáfora afortunada… en el buen sentido de la metáfora.

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